Foto:El País / Johnny Miller
El gran peso de la desigualdad injusta
Roberto Vélez Grajales*
Cuando me preguntan sobre la movilidad social en México, siempre contesto que es baja. Sin embargo, la discusión queda abierta para entender por qué la movilidad social es baja, y por eso, desde el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) también hemos enfocado nuestros esfuerzos en entender cómo se construye este proceso. La respuesta es simple, mientras mayores sean las diferencias entre los hogares, sus integrantes no partirán de un piso más o menos parejo ni se encontrarán en igualdad de condiciones para competir en distintas etapas del curso de su vida, y por ende, no lograrán labrar un destino distinto al de origen con base en su esfuerzo. Además, esto se reforzará si la sociedad asigna valores distintos a esfuerzos similares. Para lograr lo contrario se requiere de un mecanismo nivelador de oportunidades a través, principalmente, de servicios públicos de calidad. Hay que reducir el peso de la desigualdad de oportunidades —que es una desigualdad injusta— en el resultado de vida de las personas para que exista mayor movilidad social en México.
Las tres encuestas nacionales sobre movilidad social que desde el CEEY hemos levantado (2006, 2011 y 2017) muestran resultados inflexibles: si ordenamos a la sociedad en cinco escalones con base en sus recursos económicos, casi la mitad de los que nacen en el último de ellos no lograron superar su posición de origen. Este fenómeno es catalogado como movilidad social baja en comparación con otras experiencias. Entre los países con los que se cuenta con información disponible, México se ubica entre los que presenta mayor rigidez de una generación a otra en la parte baja de la escalera social, es decir, que en México esta población tiene menos oportunidades de alcanzar un destino económico distinto al de su hogar de origen.
Aunque los datos anteriores nos indican que en México tenemos menos espacio para labrar nuestro propio destino, no nos arrojan luz sobre el proceso a través del cual llegamos a esa situación. Para poder esclarecerlo, tenemos que analizar cómo se construye ese sinuoso camino. Primero hay que dimensionar si la rigidez observada en México se puede achacar a la responsabilidad de las personas. Para hacerlo, una opción es identificar el peso de dicha responsabilidad en la desigualdad económica total observada en la sociedad mexicana. En términos de la propuesta original del profesor John Roemer, debemos distinguir entre dos fuentes de las diferencias en los resultados de vida de las personas: el esfuerzo y las circunstancias de origen. Si la desigualdad económica es el resultado de diferencias de esfuerzo, podríamos afirmar que dicha desigualdad es justa. Por otro lado, si la desigualdad se explica por circunstancias, es decir, por factores sobre los cuales las personas no tienen responsabilidad, concluiremos que la desigualdad observada es resultado de un proceso injusto.
Para el caso mexicano hay una serie de trabajos sobre el peso de la desigualdad de oportunidades, entre los que destacan los de Wendelspiess Chávez Juárez, Monroy-Gómez-Franco, Vélez Grajales, Yalonetzky, y Plassot, Soloaga y Torres. La mayoría de ellos utiliza alguna de las encuestas del CEEY, aunque alguno también aprovecha el módulo de movilidad social intergeneracional que el INEGI levantó en 2016. Para la encuesta del CEEY de 2017, que es la más reciente en materia de movilidad social en el país, el informe de resultados del CEEY incluye datos sobre la magnitud y la composición de la desigualdad de oportunidades. En cuanto a su magnitud, lo que se observa es que la proporción de la desigualdad total que no se puede adjudicar a la responsabilidad de las personas es de al menos el 48 por ciento. Entonces, al menos casi la mitad de la desigualdad en recursos económicos entre la población mexicana se debe a factores fuera de su control, por lo tanto, existe desigualdad injusta. El factor que más destaca es la riqueza del hogar de origen y, de manera significativa, la educación de los padres. Asimismo, factores territoriales de origen, como la condición rural-urbana o la región, también abonan al peso de la desigualdad de oportunidad.
La baja movilidad social en México encuentra una explicación en el hecho de que la competencia entre las personas no se da en igualdad de condiciones. La magnitud que la desigualdad de oportunidades representa de la desigualdad económica es, en buena medida, un reflejo de la ausencia de mecanismos de nivelación, en cuanto a la amplitud, disponibilidad e igualdad en la calidad de servicios públicos. Entre ellos destacan todos los relacionados con el desarrollo de las personas, como lo son la educación, la salud y los mecanismos que protejan a las personas ante afectaciones de distinta índole. A esto se le suma el peso de los factores que constituyen la desigualdad de oportunidad, en particular, la importancia de la riqueza del hogar de origen señala que el estado mexicano se encuentra lejos de cumplir con su papel de nivelador de oportunidades. Lo anterior indica que las posibilidades de inversión, por ejemplo en educación, o de solución de problemas inesperados como el desempleo, una enfermedad o un accidente, son asuntos que mayoritariamente se enfrentan de manera privada. Sin un estado que entienda, asuma y genere las condiciones para igualar las oportunidades entre la población, difícilmente podremos superar la trampa de la baja movilidad social en México.
*Director ejecutivo del CEEY. Columna originalmente publicada en Animal Político el 05 de julio de 2022.