Foto: Raquel Moreno / Nexos
Productos financieros: movilidad social y distribución desigual de la incertidumbre en México
Ana Laura Martínez Gutiérrez*
La mayoría de los individuos somos adversos a la incertidumbre. Al respecto, la economía del comportamiento nos enseña que existen tres escenarios bajo los cuales tomamos decisiones: un escenario de certidumbre en donde conocemos las consecuencias de nuestras acciones (sabemos que si tocamos el fuego nos quema) y dos escenarios más, un escenario que representa riesgo y un escenario de incertidumbre. En ambos desconocemos, en poca o mucha medida, las consecuencias de nuestras acciones, lo que dificulta nuestras decisiones y reduce nuestro bienestar. Si hoy tocamos el fuego y nos quemará en 10 años, ¿aprenderemos a no tocarlo? Desgraciadamente, muchas de las decisiones que impactan nuestra calidad de vida, como el consumo de alimentos altos en calorías, las adicciones, las decisiones deshonestas, el ahorro, la inversión, entre muchas otras, presentan esta característica de separación entre la decisión y sus consecuencias y están rodeadas de incertidumbre.
Al enfocarnos en las vidas financieras de las personas, observamos que muchas de las decisiones financieras que tomamos en nuestro día a día se dan en contextos de riesgo e incertidumbre. Ahorramos para el futuro sin saber exactamente dónde estaremos en 15 o 20 años; gastamos en el presente sin saber cómo serán nuestros ingresos el próximo mes o año, prestamos dinero a familiares y amigos sin saber si nos lo pagarán, decidimos invertir en un negocio, etcétera. Esta incertidumbre dificulta nuestra toma de decisiones financieras y nos genera un alto nivel de estrés. Más aún, el estrés financiero se ve agravado en contextos de ingresos variables (como el caso de la mayoría de los mexicanos, y en especial mujeres y jóvenes), empleos informales y bajo uso de productos financieros. ¡Hasta la incertidumbre está desigualmente repartida en nuestro país!
De hecho, el uso de productos financieros en México es atípicamente bajo: de acuerdo con la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera del INEGI y la CNVB, en 2021 había 32% (26.9 millones) de adultos en México que no contaban con ningún producto financiero, de los cuales 63% son mujeres, 34% tienen entre 18-29 años y 65% gana menos de 5 mil pesos al mes. Lo anterior no se explica por nuestro nivel de desarrollo económico, o la posesión de teléfonos inteligentes (cuyo uso se relaciona con el aumento exponencial de la bancarización en varios países de África, Asia y Sudamérica), ni por la sofisticación y tamaño del sector financiero. En México el uso de productos financieros ha permanecido estancado mientras que en otros países, con menor nivel de desarrollo, ha venido aumentando en los últimos años.
Los datos muestran que el nivel de escolaridad es la variable que explica con mayor intensidad el bajo uso de productos financieros en el país. Entre más educación, mayor es el número de productos financieros que se tienen, incluso sin considerar el ingreso. Mientras que los bajos niveles de escolaridad (el 69% de la población tiene un nivel educativo de secundaria o menor) pudieran afectar la capacidad cognitiva a la hora de tomar decisiones financieras, esto no parece explicar la alta correlación entre escolaridad y uso de productos financieros a juzgar por la experiencia de otros países. De hecho, para el caso de México, parece que el nivel de escolaridad determina en gran parte los ecosistemas sociales y económicos a los que pertenece un individuo, lo que genera un efecto de norma social que empuja la baja penetración de los productos financieros que observamos en el país (si ninguno de mis amigos y mis vecinos comerciantes del mercado utiliza productos financieros, ¿por qué debo hacerlo yo?).
En este sentido pudiera existir una relación entre la movilidad social y la inclusión financiera, enfatizando el rol que el contexto de un individuo juega en su toma de decisiones financieras. Entonces, las personas, cuyo status quo pertenece a los sectores con menor nivel educativo y menores ingresos, así como con mayor variabilidad de los mismos, enfrentan mayor estrés financiero e incertidumbre que a su vez genera tendencias autoexcluyentes del sistema financiero formal. Es decir, la incertidumbre actúa como una barrera a la bancarización cuando dificulta la planeación y por tanto la toma de decisiones financieras a grupos específicos de la población. Más aún, dado el diseño de productos financieros en nuestro país que favorece a las y los mexicanos pertenecientes al sector formal de la población, y sobre todo que cuenta con ingresos fijos o predecibles (la principal razón para bancarizar en nuestro país es abrir una cuenta de nómina).
En 1969, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, presentó un estudio que destaca la heterogeneidad de las habilidades laborales y las conductas de ahorro como fuerzas generadoras de una distribución igual o desigual del ingreso y la riqueza en el tiempo. En nuestro país, la participación desigual en el mercado laboral —que afecta a individuos provenientes de los hogares más pobres, mujeres y jóvenes—, así como las marcadas diferencias en el uso de productos financieros, ocasionan un círculo vicioso que impide la movilidad social.
Por el contrario, el acceso a instrumentos financieros formales es clave para posibilitar los procesos de movilidad social y enfrentar la desigualdad y la pobreza, pues facilita las inversiones en salud, educación y negocios. Además, el acceso al crédito promueve a los hogares para mejorar sus decisiones de consumo, lo que impulsa el ahorro. Se ha demostrado, por otra parte, que la expansión del crédito está asociada con incremento en la compra de bienes durables e inversión en negocios, que se transmite en la mejora del bienestar de los hogares y la productividad de las comunidades. La evidencia para México señala que la ampliación del acceso a servicios financieros tiene el potencial para aumentar la apertura y productividad de las empresas, reducir el desempleo e incrementar el ingreso de los hogares. Asimismo, el acceso a créditos en México ha sido asociado a mejores condiciones para gestionar la liquidez y mitigar el riesgo en los hogares cuando hay emergencias.
Una verdadera inclusión financiera debe cumplir funciones a lo largo del ciclo de vida de los individuos, funciones que permitan a las personas manejar los distintos tipos de necesidades financieras de forma eficiente, es decir, no basta con tener una cuenta de nómina o una Afore (productos con mayor penetración en el mercado mexicano) para vivir una vida financiera plena. Desafortunadamente, en el caso de México tan solo el 16% de los adultos cuentan con cuatro o más productos financieros dejando al 84% de las y los mexicanos sin inclusión financiera plena.
Parece que si logramos aumentar el uso de productos financieros formales, enfocándonos en cambiar conductas y diseñar productos que se ajusten a condiciones de mayor variabilidad en el ingreso, podremos romper normas sociales y patrones intergeneracionales en las decisiones financieras, y con ello generar un impulso a la movilidad social de sectores excluidos. Así se logrará reducir el estrés e incertidumbre financiera de millones de hogares mexicanos.
*Profesora-investigadora en el CIDE e Investigadora asociada externa del CEEY. Artículo publicado originalmente en Nexos el 1 de octubre de 2022.