Ilustración: David Peón, Nexos.
¿Será el mismo país en cincuenta años?
Raymundo M. Campos Vázquez*
Imaginemos por un momento qué le puede pasar al país en 50 años. Claro que tendremos grandes cambios tecnológicos, y la vida no será igual. Pero mi pregunta es menos obvia: las 32 entidades federativas que componen a México, ¿seguirán unidas y luchando por un mismo ideal de país? De no reducir, o por lo mínimo detener, las brechas regionales que tenemos, será muy difícil mantener el país unido como lo conocemos actualmente. En mi libro Desigualdades. Por qué nos beneficia un país más igualitario (Grano de Sal y Centro de Estudios Espinosa Yglesias) hago un análisis más detallado de esta premisa y que explico a continuación.
Las brechas regionales entre el norte o la Ciudad de México y el sur llevan existiendo al menos 130 años. Hemos tenido crecimiento económico en este periodo, pero nunca el sur ha crecido económicamente de forma sostenida tan rápido como las regiones más aventajadas. Si ponemos un mapa de la pobreza que tenemos el día de hoy, tristemente el mapa será muy similar al siglo XIX. Hemos mejorado en términos absolutos, sí, pero los pobres y los ricos siguen siendo los mismos.
Para dar una idea más concreta, miremos a lo que ha pasado desde 1980: Chiapas, Guerrero y Oaxaca eran las entidades con mayor incidencia de pobreza históricamente y esperaríamos que el crecimiento económico desde 1980 haya beneficiado a esas entidades. Pero los datos nos dicen lo opuesto. La Ciudad de México era el doble de rica (en términos de ingreso por habitante) que Chiapas y Guerrero en 1980. Para 2021 ya era siete veces más rica que Chiapas y 5 veces más rica que Guerrero.
Además, las diferencias no se limitan a lo estrictamente económico. Por ejemplo, pensemos en mortalidad por diarrea en infantes: cientos de niños en nuestro país todavía mueren por esta enfermedad prevenible y tratable, pero no impacta de igual forma a lo largo del territorio, si no que las regiones más afectadas son donde hay mayor incidencia de pobreza. En términos educativos, en Veracruz y Chiapas casi el 50% de adolescentes que asisten a secundaria van a una telesecundaria, mientras que en Nuevo León es el 1%. Entonces, las brechas en infraestructura siguen siendo enormes y sin inversiones públicas fuertes en infraestructura social resulta imposible reducir las desigualdades existentes.
Las desigualdades regionales tienen implicaciones relevantes para la movilidad social, porque las personas que nacen en las entidades con mayor incidencia de pobreza tienen menores oportunidades para salir de esa condición que las que viven en entidades con mayores ingresos. Entonces, el nivel socioeconómico de nuestros padres y el entorno al que nos enfrentamos juegan papeles cruciales en nuestras vidas. Aunque México se distingue por la importancia de en qué familia nacimos para nuestros resultados de vida, cuando vemos la fotografía territorial queda claro que la región también es relevante. Esto quiere decir que si naces en el norte, aunque nazcas en la pobreza, tienes más chance de mejorar tu condición socioeconómica que si naces igual en pobreza y en el sur del país.
Las brechas que tenemos no solo se deben a que el crecimiento económico es diferenciado. Se deben también a decisiones políticas que hemos tomado como sociedad, pues no nos ha interesado reducir las grandes brechas regionales que tenemos. Contrastémonos con Alemania: como sabemos, con la caída del muro de Berlín, Alemania empieza una transición hacia la unión política primero entre el Este y Oeste, pero también planearon la transición hacia la unión económica. En este periodo se instituye lo que conocemos como el “impuesto de solidaridad” para financiar la infraestructura requerida para que el Este se pareciera al Oeste. Aunque desde sus inicios este impuesto era aplicado a toda la población, recientemente solo lo pagan las personas de mayores ingresos.
¿Por qué los alemanes pusieron este impuesto? Le he hecho esa pregunta a muchos alemanes, y su respuesta es casi única. Se resume en un simple y sencillamente porque “los alemanes del Este también son alemanes.” En 1990 las diferencias en infraestructura eran enormes entre las regiones alemanas. Al día de hoy las sigue habiendo, pero en mucho menor magnitud. El transporte público, ya sea tren o autobús local, no es muy distinto entre Leipzig, Berlín o Colonia.
Así, al igual que Alemania, la desigualdad regional que tenemos la podemos cambiar, pero esto no será posible si seguimos haciendo lo mismo. Las desventajas en el sur del país son tan grandes que se requieren mayores recursos que los que se tienen actualmente, ya sea con un “impuesto solidario” o de otro tipo. Recursos que debieran ser invertidos en infraestructura para aumentar la cantidad y la calidad de los servicios públicos más relevantes: educación, salud, transportación y seguridad. Como en Alemania, que ir a la escuela, clínica o subirse al transporte público no sea tan diferente entre Chiapas, Guerrero, Nuevo León y la Ciudad de México. Queremos lograr esto no porque las personas en situación de pobreza se lo merecen, sino sencillamente porque somos mexicanas y mexicanos con los mismos derechos.
Las implicaciones de que sigan creciendo las brechas regionales están a la vista. Primero, la incidencia de pobreza no podrá cambiar de forma sustancial: sabemos que el crecimiento económico no es tan efectivo en reducir la incidencia de pobreza en países con desigualdad excesiva. Segundo, mayores desigualdades complican el proceso de crecimiento y desarrollo económico. Las desigualdades se relacionan con inestabilidad política y social, lo cual complica llegar a acuerdos y dar certidumbre a la inversión. Nos encontramos en una coyuntura crítica donde se reporta que “Chiapas está al filo de la guerra civil” (El País, 1/Junio/2023).
Por desgracia, ya estamos viviendo estos procesos de inestabilidad política y social en nuestro país. Así que las políticas públicas que requieren Coahuila, Chihuahua y la Ciudad de México son diferentes a las que requieren Oaxaca, Hidalgo o Veracruz, y tal situación puede agravarse en los siguientes 50 años. Supongamos que Nuevo León crece su ingreso por habitante a una tasa de 2% anual, y el sur no crece. En lugar de que Nuevo León sea 5 veces más rico que Chiapas hoy, en 50 años podría ser 15 veces más rico. ¿En qué momento cruzaremos el Rubicón? No cambiar las cosas nos acerca cada vez más a ese escenario de no poder mantener unido el país como lo conocemos.
No queda duda entonces de que el desarrollo económico inclusivo es una cuestión de seguridad nacional. La integridad territorial del país depende de que el crecimiento económico llegue a todas las regiones, pero en mayor medida a las regiones con mayor incidencia de pobreza. Esto no va a suceder por arte de magia. Como en Alemania, va a suceder con políticas públicas que mejoren sustancialmente la infraestructura en esas regiones. El futuro lo estamos forjando hoy.
** Profesor-Investigador del Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México e Investigador Asociado Externo del Centro de Estudios Espinosa Yglesias.
Artículo publicado originalmente en Nexos el 1 de agosto de 2023.