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Cuotas de género y oportunidades
Roberto Vélez Grajales1
Luis Monroy-Gómez-Franco2
Se ha desatado toda una discusión sobre la validez de la búsqueda de paridad política a través de las cuotas de género para las candidaturas a las gubernaturas. Se trata de un tema que podemos analizar desde el enfoque de igualdad de oportunidades. Cuando decimos que existe esta última, nos referimos a una situación en la que los resultados o logros de vida de las personas no están determinados por factores fuera de su control. Así, por ejemplo, no se enfrentan a limitaciones que se asocian con características como su origen socioeconómico o el lugar donde nacieron, ni tampoco por cuestiones como su género. Entre esos logros se encuentra el poder ser candidatas a gobernadoras de sus entidades federativas. En ese caso, en el contexto histórico actual, resulta imposible descalificar a las cuotas diciendo que existe igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres.
Uno de los argumentos centrales que se utilizan para no apoyar la regla de paridad de género en las candidaturas es que la importante representatividad actual de las mujeres en los puestos de elección es prueba de que, en el mercado electoral, hay igualdad de oportunidades. También se menciona que no hay mejor evidencia de lo anterior que el hecho de que dos mujeres serán las principales candidatas a la presidencia del país. Sin embargo, en una sociedad como la mexicana, conformada como todas las demás a partes iguales por mujeres y hombres, la primera vez que hubo una gobernadora electa fue en 1979 y, actualmente, de las 32 entidades federativas, menos de una tercera parte (nueve) cuentan con una gobernadora.
Se podría argumentar que este desbalance se da porque, a diferencia de los hombres, una menor proporción de mujeres tiene preferencia por ocupar un puesto político. Otra opción es plantear que los votantes prefieren a los hombres como dirigentes. También se puede llegar al extremo de afirmar que los hombres son más aptos para gobernar. En cuanto a la primera, es obvio que no se sostiene, ya que hay suficientes mujeres interesadas en participar. Con respecto a la segunda, esa preferencia por candidatos hombres puede deberse a los sesgos que se tienen contra la participación política de las mujeres; es decir, justo lo que la cuota busca combatir. Pero antes de poder afirmar que esto no es así, sería necesario contar con múltiples procesos electorales en condiciones de paridad de género para saber si las preferencias por los candidatos hombres se mantienen. En cuanto a la tercera, ni siquiera vale la pena discutirla.
Si efectivamente hubiera igualdad de oportunidades, la probabilidad de que una persona fuera electa sería independiente de si es mujer u hombre. Para lograrlo se requiere de dos tipos de política: una para remover estructuralmente trabas y sesgos en contra de las mujeres (políticas antidiscriminación, antiacoso, de educación en contra de los estereotipos de género, entre otras), y otra remedial, que permita compensar las desigualdades antes de que lo anterior suceda. Ante la ausencia de una mejor alternativa, hay que reconocer que las cuotas de género sí logran operacionalizar el mecanismo de compensación.
La paridad de género en las candidaturas es una política en pro de la igualdad de oportunidades que, aunque remedial, resulta necesaria. La dinámica histórica descrita arriba sobre la composición de género en las gubernaturas es una prueba de que, de otra manera, la paridad de género no sucedería. Si queremos enarbolar y equiparar las banderas de la igualdad de oportunidades y la meritocracia, no hay de otra que comenzar por reconocer que las circunstancias que enfrentan mujeres y hombres son distintas. Mientras no se igualen en términos de su efecto sobre los resultados de vida, la compensación por medio de cuotas seguirá siendo válida.
Columna publicada originalmente en Arena Pública el 20 de noviembre de 2023
1Director ejecutivo del CEEY. X: @robertovelezg
2Universidad de Massachusetts, Amherst. X: @MGF91