Foto: Revista Economía

Más allá de tener o no internet

Carolina Torres Gómez

Participante en la XV Escuela de Verano sobre Movilidad Social

Soy Carolina, una estudiante de Economía y Psicología foránea. Hace poco regresé a Ocuilan, el municipio donde originalmente vivo y que se considera una zona rural. Durante las sesiones de la Escuela de Verano sobre Movilidad Social estaba molesta y frustrada porque mientras intentaba ver las ponencias, el internet iba y venía. No se trataba de que no lo hubiéramos pagado. Tampoco hubo un accidente con la infraestructura de la compañía que causara esta situación. Es simplemente el día a día. Hay cosas que puedes hacer y otras que no (hablando del internet). Puedes usar Facebook, Instagram, hacer consultas breves en Google, pero es casi imposible entrar a una reunión virtual o visualizar una transmisión en vivo sin tener fallas de conexión.

Durante la misma semana intenté cambiar a un paquete con más megas. Después de varias llamadas y un día después me comentaron que mi nuevo contrato, con mucho más megas que el anterior, se tenía que anular, pues hubo un error. Resulta que la zona donde vivo no cuenta con fibra óptica. Lo pasaron por alto y ahora se tendría que anular el contrato. Es complicado tener acceso a internet y aún más difícil que sea de calidad. Parecería una nimiedad porque pronto regresaré a Ciudad de México, donde el internet es el último de mis problemas. Pero no lo es, porque no soy la única persona en esta situación. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares realizada por el INEGI (2023), el 71.7% de la población mexicana cuenta con internet, mientras que únicamente el 45.6% de la población que vive en una zona rural tiene acceso a internet, en comparación con el 78.7% de la población en zonas urbanas que cuenta con tal acceso.

Pero conocer la cantidad de personas que cuenta con internet no es suficiente. Si en alguna encuesta se pregunta a los habitantes del municipio si cuentan con internet la respuesta es que sí en muchos casos. ¡Un problema menos! Lo cierto es que eso no garantiza que sea de calidad. No importa la compañía que contrates, el servicio es ineficiente. Tomando en cuenta el potencial del acceso al internet para el desarrollo educativo, ya no estamos en una cancha pareja. Ya no es completamente tu decisión los cursos, programas u otras actividades educativas que quieras tomar en línea. Es simplemente tortuoso intentarlo por un contexto que tú no necesariamente decidiste. 

Como lo mencionó Rodolfo de la Torre (2024), la movilidad social está íntimamente relacionada con el acceso a oportunidades. Es difícil generar un progreso educativo en comunidades rurales sin acceso a internet de calidad. En cambio, podría favorecer la persistencia de las condiciones de origen. De esta situación en conjunto con las ponencias, reflexioné en las siguientes cosas: En un censo o una encuesta estadísticamente representativa que busque conocer el acceso a servicios, una pregunta dicotómica no es suficiente. En el caso del internet, los indicadores deben tomar en cuenta la infraestructura y calidad del servicio.

Por otro lado, retomando la potencia de Luis Monroy-Gómez-Franco (2024), las desigualdades son complejas e interdependientes. Como ya lo mencioné, no se trata únicamente de tener o no el servicio, sino de comprender las circunstancias de las personas. Esto incluye las características sociodemográficas, como lo son el ingreso, la ocupación y la educación de los padres; las características geográficas, es decir, la región y tipo de comunidad y disponibilidad de bienes y servicios en la comunidad de origen; y finalmente las características personales, donde se incluye la etnia, el tono de piel, el sexo al nacer y las características fisiológicas. Estas circunstancias afectan la disponibilidad de recursos disponibles, lo cual tiene un impacto en su punto de partida. Estas diferencias en las condiciones de origen podrían afectar la movilidad social de esa generación y la consecutiva.

Por ejemplo, una mujer indígena en situación de pobreza que viva en una zona rural podría tener más complicaciones para estudiar una carrera universitaria en línea que un hombre con un mayor ingreso que viva en una ciudad y no pertenezca a una comunidad indígena. Este impacto de las circunstancias sobre su desarrollo académico podría afectar indirectamente en su ingreso, por la remuneración que reciben a partir de su grado académico; y en el largo plazo, en la generación futura. Por lo anterior, la calidad de un servicio no me parece una nimiedad, sino algo que como ciudadanía debemos demandar. 

Cuando pregunté a mis vecinas y vecinos sobre esta situación, la gran mayoría coincidía en que la calidad del internet en esta zona es mala. Pero también había resignación. ¿Es culpa de la compañía por su mal servicio? ¿Del gobierno por no forzarles a mejorarlo? ¿O de la ciudadanía por no denunciar lo que está pasando? Considero que cada quién tiene parte de la responsabilidad. 

Tanto el internet como las herramientas digitales tienen la capacidad de ayudar a desarrollar el potencial de las personas. Sin embargo, esto es posible en la medida que todas las personas tengan la misma oportunidad de acceder a ellos. En caso contrario, se convierten en una forma de amplificar las desigualdades, como se ejemplifica en el caso anterior. En este sentido, brindar internet de calidad a los grupos más desfavorecidos se convierte en una decisión política. Los gobiernos deben trabajar activamente en disminuir las brechas entre este acceso en zonas rurales y urbanas; por género, región, edad, nivel de ingresos, entre otras características.

Respecto a la ciudadanía, la resignación viene en gran parte de la falta de atención a sus quejas. La burocracia, en el municipio y el país, es tediosa y frustrante. Y al marcar por teléfono al centro de atención a clientes de la compañía de internet ya mencionada, la respuesta es una contestadora automática que no deriva en alguna solución. Al final tendré que ir a las oficinas de la empresa, que se encuentran a aproximadamente 17 kilómetros de distancia. Entonces, algunas empresas no solucionarán el problema de la calidad del internet eficientemente por iniciativa propia. Sin normativas por parte del gobierno más quejas de la ciudadanía, la situación difícilmente cambiará. 

Si bien este evento fue desafortunado, me permitió aterrizar en una vivencia propia conceptos que han sido estudiados por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias desde hace casi veinte años (CEEY, 2018). Me queda claro que hay un largo camino por recorrer para lograr disminuir las brechas de desigualdad en México y favorecer la movilidad social. Desde el ámbito académico y la participación ciudadana espero ser parte de este proceso.

Referencias: