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Estrategias para la mayor crisis educativa
Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco* y Roberto Vélez Grajales**
Millones de estudiantes completaron un año escolar entero en las aulas después de haber experimentado un año escolar completo y la parte final de otro bajo la modalidad a distancia debido a la pandemia. Poco después del inicio del año escolar 2021-2022, en este mismo espacio alertamos sobre la necesidad de que el sistema educativo mexicano realizara un esfuerzo extraordinario para mitigar la pérdida en aprendizaje escolar porque, de no hacerlo, las desigualdades escolares preexistentes a la pandemia se profundizarían. Desafortunadamente, las autoridades no han atendido la problemática con la celeridad y responsabilidad necesarias. De mantenerse así, la consecuencia futura se verá reflejada en un mayor cierre —a las ya de por sí bajas— de opciones de movilidad social que hay en el país.
Los costos en aprendizaje escolar, que en su momento estimamos, toman en cuenta la marcada desigualdad en recursos que hay entre los hogares y las regiones mexicanas. También incorporan el hecho de que los costos pueden acumularse en el tiempo. El mecanismo de acumulación opera de la siguiente manera: una vez que se abre una brecha, no hay manera de cerrarla si no se considera su existencia ni se dimensiona su tamaño y, por ende, no se actúa en consecuencia. Por lo tanto, la magnitud del efecto permanente, sin acciones que lo contrarresten, se amplía. Si estimamos que la educación se concibe como el instrumento de política pública más funcional para igualar oportunidades e impulsar la movilidad social, un efecto negativo como el antes descrito nos coloca en una situación de retroceso estructural, con implicaciones políticas, económicas y sociales.
Las señales de retroceso eran claras antes del regreso a clases, porque no podíamos asumir que la vuelta a las aulas implicaba un retorno automático a las mismas condiciones existentes al momento del cierre. En primer lugar, porque el modelo a distancia no se podía considerar como un sustituto perfecto de las clases presenciales. En segundo lugar, y vale la pena remarcarlo, porque los recursos con los que la gran mayoría de los hogares contaban para atender las brechas generadas no serían suficientes para cerrarlas. Si con estos argumentos no éramos capaces de convencernos de la necesidad de un esfuerzo extraordinario, existía una segunda ventana de oportunidad en el camino: la posibilidad de realizar un diagnóstico, tras volver las clases presenciales, que nos permitiera trazar una solución. Sin embargo, esto tampoco resultó prioritario.
A finales del mes de abril de este año, la Subsecretaría de Educación Básica del gobierno federal publicó un documento sobre la estrategia para mejorar los aprendizajes escolares del estudiantado. En el documento se hace referencia a la percepción de las y los docentes sobre pérdidas en aprendizaje escolar a causa de la pandemia. Dicho instrumento se levantó de finales del mes de enero hasta mediados del mes de febrero y cabe resaltar que entre cuatro opciones de respuesta (muy alta, alta, baja, muy baja), 46 por ciento de las y los docentes perciben alta (39 %) o muy alta (7 %) pérdida de aprendizaje escolar entre estudiantes. Al diferenciar por grado escolar, en la secundaria —seguida muy de cerca por la primaria— es en donde se perciben las mayores pérdidas, con un 48 por ciento de docentes que perciben alta (38.9 %) o muy alta (9 %) pérdida. La coincidencia en el sentido de los resultados entre la percepción de los docentes y nuestras estimaciones refuerzan el argumento de que nos enfrentamos a la crisis educativa más grave de nuestra historia reciente. La atención al problema por parte de las autoridades educativas ha resultado, por decir lo menos, insuficiente.
Alargar la duración del año escolar sin ofrecer una hoja de ruta sobre qué hacer durante ese periodo, no resolverá un problema que ya es estructural. Mucho menos lo hará trasladar la responsabilidad completa de diseñar esa ruta a cada comunidad docente sin que exista acompañamiento, inversión, respaldo en capacitación, así como consideración del contexto de cada escuela. Un paso imprescindible— y que más trabajo costará realizar conforme se siga posponiendo— es la elaboración de un diagnóstico completo que nos permita identificar las áreas, tanto geográficas como temáticas, en donde las brechas crecieron más. De igual forma, es imprescindible que el diagnóstico incluya un componente de condiciones socioemocionales, en tanto que el desarrollo de los alumnos se ve directamente afectado por toda la diversidad de choques que enfrentaron durante el periodo de cierre escolar. Entre ellos se pueden destacar la falta de socialización, afectaciones graves como la pérdida de familiares, la inserción obligada en el mercado laboral, la adquisición temprana de responsabilidades dentro del hogar o la exposición a conductas violentas en su entorno inmediato.
Del diagnóstico se derivarán múltiples decisiones. Por ejemplo, habrá que considerar si mantener el ritmo actual de acumulación de aprendizajes implícito en los programas escolares vigentes no implica sacrificar el aprendizaje efectivo de la mayoría de los estudiantes. Es decir, más que obligar a que los programas escolares cubran una larga lista de temas, se debe considerar que los programas permitan a las y los estudiantes aprender y aprehender efectivamente los temas fundamentales. Sobre esa base sólida de conocimiento es posible pensar en trayectorias de aprendizaje que subsanen las brechas. Sin tal base, por más ambiciosos que sean los listados de temas, el aprendizaje efectivo seguirá a la zaga.
A lo anterior hay que sumar la necesidad de una estrategia enfocada en aquellas regiones donde el rezago es más grave. Habrá que enfocarse en el desarrollo de actividades que complementen la jornada escolar para permitir que los estudiantes cierren la brecha abierta en su rezago educativo. En el diseño de esta estrategia, necesariamente se tiene que tomar en cuenta que la docencia y el alumnado se encuentran al límite de sus capacidades en términos de energía y esfuerzo. Así, la estrategia requiere no sólo de creatividad y de aprendizaje en su diseño, sino de una expansión de los recursos humanos que quedarán a cargo de su instrumentación.
A una crisis sistémica como la presente, necesariamente se le tiene que hacer frente de la misma forma. Hasta ahora la respuesta por parte de la autoridad educativa ha sido dejar que las comunidades educativas traten de subsanar con sus propios recursos las brechas abiertas por la pandemia. En un país tan desigual como México, esto implica que habrá comunidades en donde las brechas se cierren y otras, la mayoría, en donde no, e incluso dicha brecha no dejará de ampliarse. Esto implica que, de no corregir el rumbo, México será un país con aún más desigualdad de oportunidades. Un país en donde nuestras circunstancias de origen serán aún más determinantes de nuestros resultados de vida y en el que la movilidad social ascendente se convertirá en una posibilidad casi inexistente.
* Investigador asociado externo del CEEY.
** Director ejecutivo del CEEY.
***Columna originalmente publicada en Nexos el 01 de agosto de 2022.
2 Ver: Subsecretaría de Educación Básica (2022). Estrategia nacional para promover trayectorias educativas y mejorar los aprendizajes de los estudiantes de educación básica, Secretaría de Educación Pública.