Felicidad desigual: un análisis del bienestar subjetivo y las características etnorraciales
Si eres de los que piensan que el dinero no aumenta la felicidad y que sentirse bien está en uno, tengo malas noticias. Como muchas otras cosas en una sociedad tan desigual como la mexicana, también nuestro bienestar subjetivo (una forma de operacionalizar la felicidad) depende de nuestras condiciones materiales de origen y las oportunidades que (no) nos brindan. Es decir, en buena parte lo heredamos y otro poco impone el contexto en el que vivimos. De entrada, esto empeora las probabilidades de alcanzar altos niveles de bienestar para grupos de personas desfavorecidas socioeconómicamente en la actualidad e históricamente, como lo son poblaciones indígenas, comunidades marginadas y personas con tonos de piel más oscuros, comparado con personas no indígenas ricas blancas.
Para un estudio reciente,1 junto con Rocío Espinosa y Roberto Vélez del Centro de Estudios Espinosa Yglesias, analizamos si en México hay una relación entre el nivel de bienestar subjetivo de las personas, su experiencia de movilidad social (es decir, quienes mejoraron o empeoraron su posición económica) y diversas características personales, como factores etnorraciales, género y clase. Nuestro análisis se basa en la encuesta PRODER 2019, una base de datos poderosa y única (y de acceso abierto) para contestar nuestras inquietudes, dado que se trata de una encuesta representativa a nivel nacional que incluye datos sobre movilidad social, características etnorraciales y bienestar percibido.
Lo que encontramos es que, a grandes rasgos, hay dos condiciones para encontrarse en un alto nivel de bienestar subjetivo: provenir de condiciones económicas favorables o mejorar sus condiciones actuales. Sin embargo, estas mejoras no se distribuyen de manera igualitaria entre grupos poblacionales. Antes de ahondar en estas diferencias vale la pena conceptualizar un poco más a qué nos referimos con el bienestar subjetivo y qué dicen estudios previos sobre cómo interactúa con la situación económica de las personas.
La relación entre dinero y felicidad ha sido complicada desde el invento de la felicidad. Los posicionamientos que postulan que el dinero no compra la felicidad tanto como los que afirman su contrario tienen razón en tanto que la felicidad es un concepto complicadísimo de medir y comparar entre personas, y el dinero, aun cuando desempeña un rol en nuestro bienestar subjetivo, para nada es el único factor que lo influye. Nuevos estudios en diferentes partes del mundo han encontrado que sí hay una relación positiva entre tener más dinero y presentar mayor bienestar subjetivo, ya sea porque revierta una situación de falta de recursos para cubrir necesidades básicas, porque permite comprar cosas o experiencias que desearíamos, hacer lo que nos dé la gana o porque vendría con una mejora en el estatus social que se nos otorga.
Lo que complica la medición y conceptualización del bienestar subjetivo es que, por definición, es una variable no observable externamente, que además puede significar cosas muy distintas entre las personas. Así, cuando afirmamos que más dinero no puede comprar la felicidad generalmente nos referimos a que hay otras dimensiones de nuestras vidas que generan bienestar —estudios al respecto destacan importantemente aquellas no materiales como la salud, contar con el apoyo de personas cercanas y relaciones románticas, así como un sentido de pertenencia— y que estas dimensiones pueden variar según las personas y el momento en el que se encuentran en sus vidas. Por lo tanto, el concepto de bienestar subjetivo no es único ni completo.
Para el caso de México, tenemos muy poca información. Por eso, y tomando en cuenta que no existe factor aislado que modere nuestro bienestar pero que hay ciertas dimensiones que importan más, construimos un índice multidimensional uniendo tres ejes de bienestar subjetivo: el estado de salud de las personas, su declaración sobre qué tan satisfechas se encuentran con la vida y qué tan atractivas físicamente se sienten.
Lo primero que encontramos es que el bienestar integral —como denominamos lo que mide nuestro índice— no está dividido de manera homogénea entre la población mexicana, ni tampoco se observa una relación aleatoria. Dividiendo nuestro Índice de bienestar integral (IBI) en cinco partes, la primera correspondiendo con un nivel de bienestar “muy malo” y la quinta con un nivel “muy bueno”, encontramos que a mayor nivel de recursos económicos, las personas se concentran en la parte alta del IBI y a menor nivel de recursos económicos, los niveles de IBI son menores. Por ejemplo, el 34 % de las personas con menos recursos económicos están en el grupo 1 de IBI, es decir, tienen el nivel más bajo de bienestar integral; en contraste, 35 % de las personas con mayores recursos económicos tienen el nivel de bienestar más alto. Por otro lado, de los más pobres, solamente un 8 % alcanza un IBI muy alto, mientras que entre los más ricos solamente 11% consideran su IBI como “muy malo”. Esta relación positiva entre el bienestar objetivo y subjetivo confirma estudios existentes para otros contextos.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando las personas mejoran (o empeoran) su situación socioeconómica? Cuando analizamos los niveles de bienestar integral de las personas que hoy día se encuentran en mejores niveles que su hogar de origen vemos que, aunque el efecto del ascenso económico se traslada a una mejora en la percepción de bienestar subjetivo, esto no sucede por completo e, incluso, una buena parte de los que lo experimentan no lo transforman en bienestar subjetivo: 20 % de quienes logran salir de la pobreza y llegar al quintil más rico consideran su nivel de bienestar integral como muy alto, comparado con 39 % de quienes siempre han estado en ese nivel de riqueza. Al parecer hay costos asociados a la mejora del nivel económico que no son compensados por las ventajas para las personas que la experimentan, como la ruptura con sus comunidades de origen, pérdida de referencias y problemas asociados a los ajustes interculturales.
Lo que es más, cuando analizamos las personas que se encuentran en el 20 % más rico de la población y experimentan una caída en su situación económica, pareciera que la pérdida de posición económica se traslada a una pérdida en la percepción de bienestar subjetivo, pero no en la misma proporción que en el ámbito económico: 15% sigue ubicándose en el nivel máximo de bienestar subjetivo comparado con 10% que se considera en este nivel proviniendo de un origen económico bajo. Esto nos revela que hay beneficios que conlleva la riqueza de origen que no son completamente borrados por una caída de nivel económico.
En resumen, el bienestar depende de los recursos, es decir, es hasta cierto punto hereditario y mejoras en las condiciones económicas no logran compensar por completo por los costos asociados a la movilidad social de largo alcance en sociedades tan desiguales como México. Esto tiene implicaciones particularmente preocupantes para grupos de personas históricamente excluidos de los niveles económicos altos y de la movilidad social ascendente por la desigualdad de oportunidades existente en el país, como lo son personas indígenas y aquellas de tonos de piel oscuros. Ambas poblaciones muestran niveles más bajos de bienestar integral que la población no indígena con tonos de piel más claros cuando experimentan movilidad social. Por ejemplo, 27 % de la población indígena que avanza alguna posición económica se percibe en el quintil más bajo de bienestar subjetivo. En cambio, dicha proporción es de 19 % para la población no indígena.
Para quienes enfrentan una caída en su situación económica, independientemente de que el descenso en posición económica se asocia con una ubicación más baja en la escala de bienestar subjetivo, esta resulta más marcada para la población indígena. Así, más de dos terceras partes (65 %) de la población indígena que pierde posición económica se percibe en el quintil 1 y 2 de bienestar subjetivo, es decir, con niveles bajos y muy bajos. En cambio, dicha proporción es de 50 % para la población no indígena.
En resumidas cuentas, nos llevamos dos conclusiones principales de este ejercicio. Primero, la movilidad ascendente no compensa por completo la ventaja en términos de bienestar subjetivo de aquellos nacidos en la parte alta de la distribución. Tampoco se pierde toda esa ventaja al experimentar la movilidad descendente. Esto significa que, aunque parezca contraintuitivo, el bienestar subjetivo es hasta cierto punto hereditario, dado que son personas con características específicas que son más propensas a experimentar niveles altos y bajos de bienestar subjetivo, respectivamente. Segundo, si bien las personas que aumentan su nivel socioeconómico, en comparación con aquel de su hogar de origen, reportan niveles de bienestar subjetivo mayor que las personas que no mejoraron su posición, esta mejora no es la misma para todos los grupos de personas. Notoriamente, resulta que poblaciones indígenas, así como personas con tonos de piel más oscuros, alcanzan niveles de bienestar integral (medido como el conjunto de satisfacción con la vida, salud y belleza percibida) significativamente más bajos que personas no indígenas más blancas.
Estos resultados dejan claro que en México hoy día hay ciertos perfiles que son más vulnerables a enfrentar un nivel de bienestar subjetivo más bajo, mientras que otros tienen más probabilidades de encontrarse en niveles altos, no por sus preferencias personales, pero por su herencia de clase y perfil etnorracial. Factores como tono de piel, etnicidad, género y nivel socioeconómico del hogar de origen por separado y en conjunto tienen un impacto en el bienestar subjetivo de las personas, incluso cuando se consideran trayectorias de movilidad ascendente (o descendente) compartidas. En este sentido, las mujeres comparado con los hombres, las personas indígenas comparadas con las no indígenas, las personas con tonos de piel más oscuros comparadas con aquellas con tonos de piel más claros, las personas más pobres comparadas con las más ricas, y las personas que experimentan movilidad social descendente comparadas con las que experimentan movilidad social ascendente, presentan menores niveles en el IBI. Dadas las distribuciones extremadamente desiguales en México, esto significa que, en la práctica, los orígenes sociales y las características adscriptivas de las personas definen los niveles de bienestar alcanzables, tanto en términos objetivos como subjetivos. En otras palabras, garantizando bases materiales sólidas para todas las personas independientemente de sus características personales y condiciones de origen le facilitaría al pueblo estar feliz, feliz, feliz.
1 Bajo dictaminación actualmente.
* Profesora-Investigadora del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México e Investigadora Asociada Externa del CEEY. Artículo publicado originalmente en Este País el 19 de marzo de 2024.