Hacia una mayor desigualdad educativa

*Julio Serrano

Desde hace tiempo que existen diferencias educativas profundas en nuestro país, con menos acceso y menor calidad para los mexicanos más pobres. La contrarreforma de López Obrador en lugar de ayudar a resolver el problema, lo agravó. Ahora el coronavirus está ampliando aún más la brecha. 

Con el cierre de las escuelas en marzo, la desigualdad en las condiciones académicas se volvió más notoria. Algunas escuelas, principalmente privadas, lograron una transición exitosa hacia clases digitales. Su moderna infraestructura y manejo de tecnología les permitieron ofrecer una experiencia de aprendizaje, aunque lejos de óptima, sí aceptable. Sus maestros estaban mejor capacitados para el mundo virtual. Los alumnos contaban con las herramientas y el apoyo familiar para enfrentar la nueva realidad. 

La mayoría de las escuelas, en particular las públicas y las que atienden a los niños más pobres, sufrieron para adaptarse. No tenían ni los recursos humanos ni los tecnológicos. Gran parte de los alumnos carecían de conexiones de internet y de las computadoras necesarias para aprovechar las clases en línea. Muchos padres y madres no se podían dar el lujo de quedarse a apoyarlos en sus estudios debido a sus obligaciones laborales. 

No hay que ser adivino para anticipar que las diferencias educativas se elevaron a raíz de esta situación. Las cicatrices que dejó la falta de aprendizaje el semestre pasado en los niños del país se resentirán por décadas y quienes más sufrieron y sufrirán las consecuencias son los niños más pobres, justo quienes más dependen de la educación para detonar su movilidad social.

El anuncio del gobierno de no iniciar con clases presenciales el ciclo escolar 2020-2021 y de educar vía televisión abierta hasta que el semáforo esté en verde profundizará más las diferencias educativas. Mientras que los alumnos con posibilidades seguirán adaptándose al esquema digital y sus escuelas estarán perfeccionando su oferta a distancia, los de escasos recursos dependerán de lo que puedan aprender por televisión, un medio no interactivo de enseñanza. Y este es apenas uno de los problemas. ¿Qué van a hacer familias que solo cuentan con un aparato televisivo y niños en distintos grados escolares? 

Entiendo la dificultad de la decisión. Nadie quiere poner en riesgo la salud de millones de alumnos y de sus familiares. Dos terceras partes de los mexicanos están en contra de las clases presenciales, pero los costos de mantener a los niños en casa son enormes, sobre todo para los más pobres. 

En mi opinión, la pregunta no debe ser si se deben abrir o no las escuelas sino cómo. Se debe tomar en cuenta la situación particular de cada localidad, establecer estrictos protocolos de salud y aplicar pruebas constantes. Pero si no se abren pronto la desigualdad educativa crecerá y las consecuencias serán terribles. 

* Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente el 6 de agosto de 2020 en Milenio.

2020-08-06T11:59:25-05:00