La narrativa

Roberto Vélez Grajales*

Ante la irrupción y reacción por la precandidatura presidencial de Xóchitl Gálvez, la frecuencia en el uso del término, movilidad social, así como de la información al respecto que desde hace 18 años se genera y analiza en el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), ha crecido en redes sociales como nunca lo habíamos visto. Por supuesto, celebramos que así sea, pero a partir de ahí lo que nos interesa es lograr que, ante esta coyuntura inesperada para nuestra organización, la discusión sobre la baja movilidad social ―derivada de la alta desigualdad de oportunidades que vivimos en el país― se convierta en un tema prioritario de política pública y no únicamente en un instrumento de estrategia electoral.

No es la primera vez que sucede, aunque nunca con la intensidad de ahora. El precedente más cercano es el de la campaña electoral en 2018 de, en ese entonces candidato, Andrés Manuel López Obrador. De hecho, uno de los datos que alimentaban su discurso a través de su famoso Pejenomics era el de las reducidas opciones de ascenso social que tienen las y los mexicanos con un origen de mayor desventaja social: 74 de cada 100 personas que nacen en la parte más baja de la escalera social (de cinco escalones o quintiles) durante su edad adulta no logran superar la condición de pobreza, mientras que únicamente tres logran ascender hasta el escalón más alto. La narrativa se probó electoralmente como exitosa y de ahí, suponemos, más de un aspirante a la presidencia de la República intentará apropiarse de la misma.

No se trata de negarle al contrincante el reconocimiento de ser uno de esos casos atípicos de ascenso desde la parte baja de la escalera social. Tampoco de competir por el reconocimiento público del logro personal intentando transformar nuestra historia de vida en una de igual mérito, o incluso, agregando circunstancias de origen que nos parecen más adversas que las del contrincante político. Más bien, lo que necesitamos es reconocer que las historias de éxito nos asombran y emocionan más, en buena medida, porque vivimos en un país en el que esos hechos son muy poco frecuentes. 

Esa excepcionalidad se relaciona con una alta desigualdad de oportunidades, es decir, una situación en la cual las recompensas que obtienen las personas están menos determinadas por su esfuerzo y más por factores fuera de su control, como lo son las condiciones socioeconómicas de sus hogares de origen, las características del territorio en el que crecen y sus propias características personales, como lo son el género, la pertenencia étnica o el tono de piel. Esta situación se da, principalmente, debido a que el estado mexicano, que las y los precandidatos de los distintos partidos y frentes quieren representar a través del poder ejecutivo, no es efectivo generando las condiciones para que las historias de éxito sean mucho más frecuentes.

Definitivamente, el primer paso para que todo tema que aspiramos se considere como prioritario para el diseño e instrumentación de la política pública, es colocarlo en la discusión pública del día a día. En este caso, al tratarse de un discurso en el marco de una precampaña electoral, el siguiente reto es llevarlo más allá de la historia personal de las y los candidatos y transformarlo en eje central de las plataformas electorales. Finalmente, a partir de lo anterior y una vez resuelta la contienda electoral, el gran reto es transformar un discurso político en una acción pública que resuelva el problema estructural de la alta desigualdad de oportunidad y la baja movilidad social imperante en el país.

*Director Ejecutivo del CEEY. Twitter: @robertovelezg. Columna publicada en Reforma el 22 de julio de 2023.