Recompensas desiguales
Roberto Vélez Grajales1 y Luis Monroy-Gómez-Franco2
El beso no consentido a la futbolista Jenni Hermoso durante la premiación en la reciente copa mundial de futbol femenino ha generado reacciones diversas, muchas de ellas, criticando la desigualdad de género y la asimetría de poder que preexisten en nuestra sociedad y se manifiestan en espacios como el mundo del futbol. Sin embargo, también surgen voces contrarias a la crítica, que no hacen otra cosa que mostrar que muchas veces nos quedamos cortos en el entendimiento sobre lo que es y lo que implica la igualdad de oportunidades.
Hace unos días, Alfonso Pérez, exjugador de futbol profesional declaró (tomado del Diario AS de España): “Me parece muy bien que las mujeres tengan su espacio y sus derechos, como tienen desde hace bastantes años, pero creo que no puede ser equiparable para nada el fútbol femenino y el masculino, porque todo va en función de los ingresos que generes y de la repercusión mediática. Y ahí no hay comparación. Seguro que a otras deportistas les gustaría cobrar como las futbolistas de la selección y no pueden. A mí me gustaría cobrar lo de Cristiano Ronaldo, pero no soy tan bueno. Es lo que hay. No se pueden quejar. El fútbol femenino ha evolucionado, pero deben tener los pies en el suelo y saber que no se pueden equiparar en ningún sentido con un futbolista hombre”.
Se trata de una declaración cargada de ideas preconcebidas que llevan al exfutbolista a un argumento circular. Más allá de su condescendencia inicial, plantea que el futbol femenino y masculino no pueden ser equiparables por una simple razón: la mayor demanda por el segundo. A partir de ahí, concluye que esto es una prueba fehaciente de que los jugadores hombres son mejores que las mujeres. Pérez no es el único que utiliza este argumento. También es común escuchar que, dada la mayor demanda por el futbol masculino, no es posible que a las futbolistas se les pague lo mismo que a ellos. El problema central con esta idea es que en ningún momento se cuestiona la forma en que se construye la demanda por cada uno de los dos productos.
Una concepción común sobre cómo se puede alcanzar la igualdad de oportunidades plantea que basta con establecer unas condiciones mínimas universales para que las personas alcancen su potencial. A partir de ahí, se considera que las fuerzas del mercado recompensarán de forma justa el esfuerzo que se realice. El problema con esto es que nos presenta a las fuerzas del mercado como un ente abstracto, cuando en realidad se trata del agregado de las preferencias de aquellos miembros de la sociedad con recursos para participar en él. Dichas preferencias pueden estar construidas sobre ideas preconcebidas en torno a características específicas de las personas, lo cual provoca que se demerite o sobrevalore su actividad, independientemente de su esfuerzo. Si esto es así, “las fuerzas” del mercado reproducirán dichos sesgos, en este caso por el lado de la demanda, incumpliendo así la promesa de la igualdad de oportunidades.
Si consideramos que lo que debe ser recompensado es el esfuerzo sin importar quién lo haga, entonces, ante calidad y esfuerzo equivalentes, las futbolistas deberían recibir el mismo salario que los hombres. Que “el mercado” no llegue a este resultado es muestra de los sesgos que existen en las preferencias del público: no se valora la calidad o el esfuerzo por igual, sino que se toma en cuenta quién lo realiza. Esto se opone a los principios de la igualdad de oportunidades. Enarbolar dicha bandera incluye ese principio, no lo olvidemos.
1 Roberto Vélez Grajales, Director Ejecutivo del CEEY. X: @robertovelezg.
2Luis Monroy-Gómez-Franco, Universidad de Massachusetts, Amherst. X: @MGF91.
Columna publicada originalmente en Reforma el 10 de octubre de 2023.