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Salario mínimo e igualdad de oportunidades
Roberto Vélez Grajales1
Se dice que hay igualdad de oportunidades cuando el logro de las personas no se explica por factores que están fuera de su control (también conocidos como circunstancias). En ese sentido, se asume que las recompensas obtenidas se corresponden con su grado de esfuerzo, dadas sus capacidades. En cuanto a las recompensas económicas, la principal fuente de ingreso de los hogares mexicanos está en el mercado de trabajo: casi dos terceras partes provienen del trabajo subordinado e independiente. De ahí que una de las políticas con mayor impacto durante los últimos años ha sido el incremento sostenido del salario mínimo. Desde una perspectiva de igualdad de oportunidades y con el fin de ampliar el espacio de movilidad social, resulta conveniente mantener activa y de manera responsable dicha política, es decir, reconociendo que existen límites potenciales.
Una de las críticas al enfoque de igualdad de oportunidades es que no garantiza un piso mínimo de resultados. Es decir, si suponemos que alguien no realiza esfuerzo alguno, una recompensa nula está justificada, incluso si eso implica, por ejemplo, quedar por debajo de un umbral de supervivencia. Otra crítica que se deriva de la anterior y que afecta directamente la condición de igualdad de oportunidades es que, desde una perspectiva intergeneracional, el esfuerzo nulo de una generación de padres se constituirá en una circunstancia negativa para el punto de arranque de sus hijos. A partir de todo lo anterior, la discusión sobre el nivel del salario mínimo resulta pertinente y requiere de un posicionamiento.
Con relación al esfuerzo nulo, establecer cierto mínimo en el salario no genera ineficiencia alguna, ya que si este resulta sostenible dada la capacidad productiva de la economía, acabará en manos de personas que, como sea, están haciendo el esfuerzo de buscar un trabajo. Además, si después de conseguir el empleo una persona no se esmera en sus tareas, habrá una potencial consecuencia, que no es otra que perderlo. Con relación a la transmisión de los padres a los hijos de una circunstancia, en la medida en que el salario mínimo sea suficiente para cubrir las necesidades básicas del hogar, como lo son las asociadas a la alimentación y a los requerimientos para la salud y la educación, entre otros, el piso mínimo de arranque necesario para que los hijos cuenten con las capacidades para competir resultan más factibles de lograrse.
Por lo antes expuesto, desde una perspectiva de igualdad de oportunidades para la movilidad social, mantener una política de incremento sostenido al salario mínimo se justifica. Además, no sobra mencionar que, de por sí, lo establecido como derecho en la Constitución todavía no se alcanza. De ahí que, desde el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), con base en un documento de política pública elaborado por mi colega Raymundo Campos, hemos propuesto, en el marco de la actual campaña electoral, una ruta de incremento que nos lleve dentro de seis años al nivel establecido constitucionalmente.
Por supuesto, la política de salario mínimo no resulta suficiente para resolver todos los problemas del mercado laboral mexicano. En materia de igualdad de oportunidades hay otros pendientes igual o incluso más importantes, como erradicar los actuales mecanismos de discriminación por características personales (por ejemplo, el género, la adscripción étnica y el tono de piel). Asimismo, hay que resolver otros problemas estructurales que resultan determinantes de la baja participación laboral de las mujeres, como lo es el desequilibrio en la carga de cuidados. Sobre todos esos ámbitos, también a manera de propuestas en el marco de la campaña electoral, discutiré en mis próximas entregas.
Columna publicada originalmente en Aristegui Noticias el 24 de abril de 2024.
1Director ejecutivo del CEEY. X: @robertovelezg