Todos tenemos el derecho a trabajar, pero ¿hay las mismas oportunidades de hacerlo en condiciones que promuevan nuestra movilidad social?

Marcelo Delajara

La respuesta es que, lamentablemente, no. En México, no es suficiente el querer trabajar. En muchos casos, tampoco es suficiente tener la educación que se necesita para el puesto al que se aspira. La oportunidad de participar en el mercado de trabajo, y la de conseguir un primer trabajo en el sector formal con seguridad social, son muy bajas entre ciertos grupos de la población. A igual nivel educativo, quienes crecieron en hogares relativamente pobres, aquellos cuyos padres tuvieron bajo logro educativo o eran trabajadores informales, y los que crecieron en estados de la región sur del país tienen menos oportunidades de un acceso exitoso al mercado laboral.

Así que, si usted le atinó a la primera, y su primer empleo fue formal y trabajó en algo para lo que usted se preparó y educó, entonces usted es una suerte de privilegiado. Otros con su mismo nivel educativo, y quizá con sus mismas habilidades y destrezas, pero con condiciones de origen desfavorables, no han tenido la misma suerte. ¿Cuál es la razón detrás de esta situación injusta socialmente e ineficiente económicamente? No hay una única razón; son varias, y en esta nota vamos a comentar las dos más importantes.

Uno de los factores que conducen a este resultado negativo, es la manera en que las personas buscan y consiguen trabajo, así como la manera en que las empresas reclutan y seleccionan candidatos para sus puestos vacantes. En ambos casos, empresas y buscadores de empleo se mueven en círculos relativamente estrechos. Ello, en lo principal, por un problema de costos y de información limitada. Los jóvenes buscan empleo a través de los contactos de familiares, amigos y conocidos de sus padres. Pero si sus padres tienen bajo nivel educativo, viven en zonas relativamente rezagadas económicamente o son trabajadores informales, entonces los contactos no se encuentran en una situación muy propicia para conectarlos con un vacante en un empleo formal. Las empresas, en general, también realizan una búsqueda limitada; en particular, en lo que respecta a la selección para vacantes de puestos de profesionistas o de alta responsabilidad gerencial. 

El segundo factor importante es el mismo mercado de trabajo mexicano. La mayoría de los ocupados lo está informalmente, y es en la informalidad laboral donde suelen insertarse con mayor frecuencia también los jóvenes. Los puestos de trabajo informales son menos productivos y pagan menos que los formales. En ellos es difícil que las personas reciban capacitación o entrenamiento que les permita dar el salto al sector formal. En un empleo informal los trabajadores no tienen acceso a la seguridad social, ni realizan aportes para su pensión, por lo que enfrentan altos costos de salud en relación con su salario y, en la época del retiro, tienen muy bajos ingresos. Habitualmente, cuando un trabajador informal pierde el empleo, la falta de indemnización y de seguro de salud lo llevan a aceptar el primero que encuentra, que probablemente también será informal. Por esto, una vez que alguien inicia su vida laboral en el sector informal es muy probable que se mantenga en ese sector durante la mayor parte de su trayectoria laboral.

El resultado de la combinación de estos dos factores es que las personas con desventaja social de origen tienen una trayectoria laboral en puestos con responsabilidades, prestaciones sociales e ingresos que no están muy lejos de las de sus padres, independientemente de sus habilidades y potencial. Por otro lado, quienes provienen de ambientes de mayor nivel socioeconómico y vinculaciones, por lo general tienen más fácil acceso a los mejores puestos y alcanzan niveles de ingreso y protección social elevados, como los de sus padres. Se requiere un esfuerzo muy grande en logro educativo para que alguien que proviene de un hogar humilde alcance el rango socioeconómico de alguien nacido bajo condiciones más favorables.

Estos resultados de vida se reflejan en uno de los hallazgos más importantes de las investigaciones del CEEY: que casi la mitad de quienes nacen en los hogares más pobres, así como la mitad de quienes nacen en los hogares más ricos, continúan viviendo en esas condiciones durante su vida adulta. Por lo que la desigualdad económica se vuelve muy persistente en el tiempo. El Estado podría hacer mucho más que lo que hace, a través de las políticas públicas, para igualar las oportunidades de acceso a la salud, la educación de calidad y el empleo formal entre todos los mexicanos. También las empresas están llamadas a cambiar sus procesos de recursos humanos para transformarse en promotoras de la movilidad social. Solo cuando esto sea comprendido, México podrá transitar de manera sostenida hacia un sendero de crecimiento económico incluyente.