¿Vivimos en un mundo más justo de lo que pensamos? Lo que revelan los apellidos
La persistencia del estatus socioeconómico de las familias a lo largo de varias generaciones indica que, más que los privilegios sociales, es el talento heredado el que tiene más peso en el éxito económico de los individuos; esto es lo que argumenta Gregory Clark en El sol no sale para todos.
En ese sentido, tal vez el mundo sea más justo de lo que podríamos esperar, a pesar de lo que nos muestran las estimaciones convencionales. Ahora bien, el argumento de Clark se sustenta en la observación de las posiciones de los individuos en el espectro socioeconómico tomando en cuenta períodos de hasta veinte generaciones en los que se puede observar una lenta pero inexorable regresión a la media. Esa distancia en el tiempo es la que, en cierta medida, nos impide ver con claridad los cambios que se van presentando.
Otro punto subyacente en el análisis de Clark es el hecho de que sus estudios muestran que no existe un vínculo directo entre el ritmo de la movilidad social y la desigualdad, son independientes la una de la otra. El dilema estriba en la definición de justicia y la situación particular de los grupos que se estén evaluando, ya que aun al implementar estrategias de intervención social, una vez que los apellidos fueron incorporados al análisis, las tasas de movilidad social arrojaron resultados bajos en prácticamente todas las sociedades que fueron estudiadas. Por dar un ejemplo, los avances en la calidad de vida de las personas a partir de la Revolución Industrial en Inglaterra no han tenido mayor efecto en las tasas de movilidad intergeneracional.
Entonces, ¿por qué hablar de un mundo más justo? En el caso presentado por El sol no sale para todos, la respuesta del autor está en la regresión a la media que a la larga tendrá lugar tanto para los descendientes de los privilegiados como para los hijos de aquellos en situación de desventaja, llevándolos a una condición de igualdad en la posición social esperada. Los apellidos revelan que, a final de cuentas, las habilidades innatas contribuyen en mayor medida al desarrollo socioeconómico de las personas que los esfuerzos de los padres por posicionar mejor a sus hijos o la participación del Estado en cuestiones de protección social. Aun así, la pregunta “¿vivimos en un mundo más justo de lo que pensamos? sigue siendo una interrogante digna de estudio.