Ya perdiste muchos años de vida

Sandra Barba

¿Quién entre nosotros rechazaría, sin pensarlo al menos, la oportunidad de vivir unos años más? Probablemente, pocos. Pero esa no es la única pregunta que quiero hacer.

¿Quién cedería de buena gana alrededor de una década entera de vida? Casi diez años: con sus momentos entrañables y sus meses rutinarios, contando los domingos alegres, las semanas fastidiosas, las semanas de vacaciones, las escenas felices pero también las amargas, el sinfín de experiencias que componen todos los días de esos años. Muy pocos renunciarían a ello. De eso estoy segura. Es, sin embargo, lo que de cierta forma estamos haciendo los mexicanos.

Me gustan los datos duros. Cuando me encuentro con alguno que es irrefutable y contundente siento que por fin encontré la proverbial aguja en el pajar: un japonés podrá vivir en promedio 84 años. Esta es su esperanza de vida. ¿Y qué podemos esperar los mexicanos? Menos. Mucho menos, porque nuestra esperanza de vida es de 75. La resta, los años que perdemos –que ya perdimos, porque la esperanza de vida se calcula al nacer–, suman casi una década. La punta de este dato pica: vamos a vivir menos que otros humanos en principio idénticos a nosotros.

Lamento decirles que no estamos sacrificando esos años –ni uno solo– por un fin noble. No viviremos menos porque así lo decidimos. Esos casi diez años son el costo de la desigualdad de oportunidades: y ya lo pagamos –sin estar de acuerdo o siquiera enterados de él.

Lo abonamos por haber nacido aquí, en México, y no en esa dichosa isla asiática.

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¿Pues qué tiene Japón que no tenga México?, pensé –como tú– cuando me enteré de esta diferencia, deseando plagiar ya mismo y desvergonzadamente sus soluciones. No, no es porque ellos coman pescado crudo y arroz al vapor, mientras nosotros disfrutamos de tacos y frijoles refritos. O no completamente. (Resulta que uno no puede prolongar la vida preparando un elixir con las algas, el jengibre y la soya que tiene en casa.) Es más complicado.

Los japoneses tienen un sistema de salud al que acceden todos. Los millonarios y los mendigos, los bebés y los ancianos, ellas y ellos. Hasta los extranjeros que residen formalmente en Japón reciben la atención médica que necesitan para prevenir y curarse de la enfermedad. Su gobierno –es decir, los japoneses mismos por medio de los impuestos– paga el 85% de los gastos en salud. En esto invierten, cada año, 11% del PIB(según la OCDE). En cambio, los hogares mexicanos apoquinamos el 2.4% de nuestro PIB, mientras que el gobierno apenas desembolsa el 3%; un porcentaje que neciamente hemos mantenido pese a que la misma Organización Económica para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) se canse de recomendarnos que gastemos, por favor, al menos el 6% (encima, el gasto público en salud debería ser mucho mayor que el privado). Al día de hoy seguimos sin tomar esos consejos, aunque desoírlos nos haga perder (en promedio) casi una década de vida. Todo esto me hace pensar en el epitafio que quiero para mi lápida: “Qué caro resultó no tener un sistema parejo y universal de salud.”

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Así que unos moriremos antes que otros. Dicen los economistas del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) que viviré el 80% de lo que podría haber vivido. Si tú, que lees esto, tienes más de 25 años, estás en la misma situación. Y no hay oficina del IMSS ni del Seguro Popular (ni del Insabi) que pueda reembolsarnos ese 20% que perdimos. No hay–por decirlo como le gustaría al presidente– un instituto para devolverle al pueblo los años robados de vida.

Pero “hay avances”, dice el Reporte de movilidad social en salud que publicaron los mismos economistas hace dos semanas. Frente a la generación anterior, ganamos 16.6% más de vida. (Sugiero que no compartan esta noticia con sus padres: porque significa que ellos apenas vivirán el 64% de lo que podrían haber vivido.) “Prácticamente el 99.6% de los hijos superarán en esto a sus padres.”

Hasta ahí las buenas noticias. Sobre todo para quienes nacieron dentro de las familias que sufren más desventajas en salud. Solo 44% de ellos podrán dejar atrás esas carencias. Los demás no. Los demás tendrán que soportar esas privaciones para siempre. Estamos hablando –en ese grupo– de 56 personas de cada 100. Hay un refrán que recomienda no estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Quizá, en un país tan desigual como México, nos convendría adaptarlo: más te vale no haber nacido en el estrato social equivocado.

No es mejor la otra cara de la moneda (yo avisé que se habían terminado las buenas noticias): solamente 2 de cada 100 personas de ese grupo –el más desaventajado– podrá disfrutar los beneficios de quienes nacieron en el montoncito de gente más favorecida. Los economistas que explican estas (y otras) cosas diagnostican que México no tiene buena movilidad social en salud. Con ello quieren decir que muchísima gente –56 de cada 100, por si alguien ya lo había olvidado– muere en la misma situación en la que nace. No salen adelante, no pueden salir adelante. Los mismos economistas dicen que a los pobres les afectan sus “condiciones de origen” pero a mí me gusta apodarlas “injusticias de origen”.

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Cualquier mexicano sabe que los pobres no tienen mucho que heredarle a sus hijos.

¿Cuántos heredan yates y casas de verano? ¿Cuántos reciben unos miles de pesos para salir de deudas? Lo que sí se hereda es la desigualdad. En México, –continúa el reporte del CEEY– el 37% de la desigualdad en salud se debe a las condiciones de origen. Vamos transmitiendo nuestra (des)esperanza de vida de una generación a otra.

Empecé este post comparando a los mexicanos con los japoneses. Es congruente seguir comparando entre mexicanos. En los estados del centro-norte del país, la desigualdad de los hijos se relaciona en 40.8% con la de sus padres: es el caso de Jalisco, Aguascalientes, Colima, Michoacán y San Luis Potosí. Al centro le va igual (con 41%), es decir, a Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, el Estado de México, Morelos, Tlaxcala y Puebla

–esto aunque en la región se incluya a la Ciudad de México–. No hay una región que sea el Japón de los mexicanos. Pero Sinaloa, Nayarit, Durango, Zacatecas y Baja California son los lugares donde la desigualdad en salud se transmite menos entre una generación y la siguiente.

Esa es la conclusión principal del reporte del CEEY: la desigualdad se hace sentir más en ciertas regiones. Todos viviremos menos que los japoneses, pero algunos mexicanos vivirán menos que otros, solo por haber nacido, por ejemplo, en Tamaulipas.

Epílogo

No estoy recomendando que migremos masivamente a Japón. La gran mayoría de nosotros no puede hacerlo y sospecho que el ministerio de relaciones exteriores de ese país empezaría a endurecer los requisitos de entrada.

Antes dije que me gustan los datos duros. Aquí hay otro: tres cuartas partes de este tipo de movilidad –los años extra de vida que nuestra generación obtuvo– se deben a una sola razón: el acceso al sistema público de salud. De modo que sí hay un remedio, uno del que nos hemos beneficiado. Estoy hablando del IMSS. Ya es hora de extenderlo con trato parejo –planeando y garantizando su financiamiento– al resto de los mexicanos: en especial, a aquellos que no pueden escapar del estrato social más bajo, a esos 56 de cada 100. No, lector, no iba a dejar que salieras de este texto y te olvidaras de ellos.

2020-04-28T14:51:25-05:00