Foto: Mongabay Latam

Ya vimos la película de los plaguicidas

Julio Serrano*

Suena bien la propuesta de un grupo de legisladores de Morena de prohibir el glifosato y otros plaguicidas para que los agricultores utilicen insumos naturales. Es una idea romántica (y mediática). Se trata de regresar a nuestros orígenes, de honrar la naturaleza. El problema es que el remedio que proponen es peor que la supuesta enfermedad. Basta ver lo que pasó en Sri Lanka para comprobarlo.  

La agricultura orgánica puede sonar bien en papel, pero la realidad es muy distinta. Es gracias a avances tecnológicos que la productividad agrícola se ha multiplicado y que miles de millones de personas en el mundo pueden comprar alimentos baratos. Sin el uso de plaguicidas para proteger a los cultivos de plagas sería imposible obtener una producción agroalimentaria de gran escala.  

Nada apunta a que los plaguicidas sean dañinos a la salud. Se utilizan en todo el mundo. Su uso está regulado en nuestro país, con lineamientos similares a los que aplican la FAO, la Unión Europea y Estados Unidos.  

El CNA calcula que la prohibición de los plaguicidas puede reducir la productividad del campo en casi una tercera parte. Esta es una cifra escalofriante. De entrada, la inflación alimenticia se elevará en un momento en el que la canasta básica se ha encarecido de manera significativa. También aumentarán las importaciones de alimentos para compensar la menor producción local. Es imposible no ver la ironía. Como EU y el resto del mundo no dejarán de usar plaguicidas, lo que estaríamos haciendo es prohibir su uso en la producción nacional solo para tener que importar alimentos que sí lo utilizan.  

Además, prohibir los plaguicidas afectará nuestra seguridad alimentaria (una meta explícita del Presidente). Miles de agricultores enfrentarán un aumento importante de sus costos de producción. Incluso el tipo de cambio puede verse afectado al aumentar las importaciones y reducir las exportaciones agrícolas. 

Para un escenario extremo de lo que pueden provocar las malas políticas agrícolas solo hay que ver el caso de Sri Lanka el año pasado. El primer ministro de aquel entonces, actuando bajo presión de grupos ecologistas y organismos internacionales, decidió prohibir casi todos los fertilizantes sintéticos y los pesticidas. La medida iba a detonar una era dorada de agricultura orgánica, en la que el país gozaría de beneficios ambientales y económicos.  

El resultado fue catastrófico. Como era de esperarse, la productividad de las tierras se desplomó. De la mano vino un pronunciado aumento en los precios de los alimentos. Las exportaciones agrícolas sufrieron una fuerte caída, lo que provocó una devaluación de la moneda. Hubo levantamientos populares e incluso muertos. El primer ministro tuvo que huir.  

México no es Sri Lanka. Tenemos muchos más recursos para contener una crisis de gran escala, pero si ya vimos el final de la película, para qué repetir los mismos errores.

*Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio el 3 de noviembre de 2022.