Foto: Reporte Índigo
El alto precio de la gasolina barata
Julio Serrano*
Hace un año, en el pico de la histeria por la pandemia, la mezcla mexicana de petróleo llegó a cotizar a un precio negativo. Así es, el gobierno tenía que pagar para que los compradores se quedaran con nuestro petróleo. Hoy la mezcla mexicana se vende por encima de 60 dólares por barril, lo que muestra un mayor optimismo en las perspectivas de la economía mundial. Parecieran buenas noticias para las finanzas públicas nacionales, las cuales todavía se recargan en buena medida en el petróleo. El problema es que una gran tajada del beneficio se la están comiendo los subsidios cada vez mayores que el gobierno tiene que aportar para mantener bajo el precio de la gasolina.
López Obrador se comprometió a que en su administración no habría gasolinazos. Su promesa fue que el precio real del combustible (esto es incluida la inflación) no aumentaría en su sexenio. Existe un debate sobre si ha cumplido o no. Por desgracia, la realidad es que sí lo ha hecho. Y digo por desgracia porque conforme ha subido el precio del petróleo también ha aumentado el costo de mantener la palabra del Presidente.
En un principio, la medida de López Obrador fue positiva para las finanzas públicas. Su promesa fue que el precio real de la gasolina no subiría, nunca se comprometió a que bajaría. Desde que asumió la presidencia hasta abril de 2020, el precio del petróleo tuvo una tendencia a la baja. La gasolina es un derivado del petróleo, por lo que su precio real debe estar muy correlacionado. Que se haya mantenido estable al público durante el periodo de petróleo barato significa que el gobierno tuvo mayores ganancias.
Sin embargo, ahora que el precio del petróleo ha estado subiendo, la ecuación se ha revertido. De noviembre del año pasado a la fecha, el precio de mercado de la gasolina se ha casi duplicado. Que se esté manteniendo estable el precio al público en México significa que el gobierno se está tragando las pérdidas. La gasolina debería estar más cara para compensar el incremento en el precio del petróleo, pero la enorme mayoría del aumento la ha absorbido el gobierno mediante estímulos fiscales, lo que cuesta una fortuna. Y si continúa subiendo el precio del petróleo —lo cual es probable por la reactivación de la economía mundial— el costo será mayor.
Más que una medida de apoyo a los pobres, quienes son los que menos se benefician por los subsidios a la gasolina y los que más sufren por la reducción de recursos, el compromiso del Presidente responde a un cálculo político. Sabe bien que pocas cosas les molestan más a los electores de clase media que les suban el precio del combustible. El gasolinazo de Peña Nieto —una decisión correcta para alinear mejor el precio de la gasolina con el del petróleo y recaudar más fondos— tuvo un costo político enorme. López Obrador, un maestro de la política, no quiere pagar la misma factura, sobre todo ahora que se aproximan las elecciones. El problema es que la factura la están pagando quienes más quiere ayudar.
*Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio Diario el 22 de abril de 2021.