Becas y oportunidades
1 Roberto Vélez Grajales y 2 Luis Ángel Monroy Gómez Franco
Hace unos días se desató una discusión por el programa, Bienestar para niñas y niños, mi beca para empezar, del gobierno de la Ciudad de México. La beca se extendió a toda la población en educación básica de escuelas públicas. Entre las principales razones para hacerlo, el gobierno capitalino ha señalado que la mejora económica familiar puede incrementar el aprovechamiento escolar de las y los beneficiarios. Aunque se trata de un paso en la dirección correcta, no resulta suficiente para lograr igualdad de oportunidades en el sistema escolar. Para eso se requiere de una multiplicidad de inversiones que permitan cerrar brechas preexistentes.
La decisión resulta adecuada si tomamos en cuenta los bajos niveles de ingreso de una proporción significativa de la población. En las reglas de operación del programa se hace un cálculo que muestra que, a menor ingreso, una mayor proporción de hogares son beneficiados, es decir, el subsidio resulta progresivo. En este sentido, el gobierno señala que 70 por ciento de los hogares que se encuentran en la base de la escalera social (primer decil) recibirían el apoyo, con un incremento resultante promedio de su ingreso del nueve por ciento. En cambio, el beneficio alcanzaría al 38 por ciento de los hogares que se encuentran a la mitad de la escalera de social (quinto decil), con un incremento resultante de su ingreso del dos por ciento.
De la alineación del programa con los ejes de desarrollo del gobierno capitalino se identifica que la igualdad de oportunidades se constituye en un objetivo central. Sin embargo, una política como la anunciada no resulta suficiente para alcanzarlo. Esto es así dado que las diferencias en aprovechamiento escolar están determinadas por otros factores asociados a la desigualdad existente en el sistema escolar. Independientemente de la beca, no todas y todos los estudiantes estarán en condiciones de recibir una misma formación básica, con lo cual sus posibilidades de optar por completar el ciclo educativo seguirán siendo determinadas, en buena medida, por un accidente de cuna.
Necesitamos que el sistema escolar se convierta en el principal motor de movilidad social. Es decir, un espacio en el cual se compense por las condiciones adversas de las que parten las y los estudiantes de orígenes más precarios. Para lograrlo se requiere de una variedad de inversiones que deben ejecutarse a la par del programa de becas. Además de los esfuerzos conducentes a mejorar y reducir las brechas en la calidad de la enseñanza, existe otra serie de cuestiones a atender. Una que resulta central es la inversión en infraestructura para el aprendizaje. La pandemia ha puesto al descubierto y profundizado una brecha crucial en la formación escolar: el acceso a bienes y servicios como las computadoras y el internet. De acuerdo con el Censo más reciente con datos disponibles en esta materia, en 2013 cerca del 30 por ciento de las escuelas en la Ciudad de México carecían de internet y computadoras disponibles para los estudiantes. Aunado a lo anterior, también hay que realizar inversiones amplias en comedores o cafeterías, de las que carecen 60 por ciento de las escuelas de educación básica en la ciudad, en conjunto con la provisión de transferencias en especie como los desayunos escolares.
La educación pública es clave para construir una sociedad donde el accidente de cuna pese menos en el destino de las personas. Las becas generalizadas en el nivel básico son un paso en la dirección correcta, pero resultarán más efectivas si se acompañan de otras acciones necesarias para igualar las oportunidades.
1 Director Ejecutivo del CEEY. Twitter: @robertovelezg; 2 Candidato a Doctor en Economía, The Graduate Center, CUNY. Twitter: @MGF91
*Columna publicada originalmente en Reforma el 25 de enero de 2022.