Foto: Muy Interesante

Cambio climático: los buenos deseos y la realidad

Julio Serrano*

Salvar al planeta es muy caro. La transición hacía una economía limpia costará millones de millones de dólares, dinero que no tienen países en desarrollo como México, cuyas prioridades inmediatas son combatir la pobreza, ampliar el acceso a la salud y mejorar la educación. Además, estos países no son los principales culpables del deterioro climático. Ese distintivo lo tienen naciones ricas como Estados Unidos y Gran Bretaña, que por siglos utilizaron energía sucia (y barata) para su industrialización.  

Ya sé, muchos lectores dirán que saldrán más caros los efectos del calentamiento global que lo que se requiere destinar hoy para prevenirlo. No me queda claro. La cumbre climática que se lleva a cabo en Glasgow, Escocia, busca que el calentamiento global no supere 1.5 grados centígrados en las próximas décadas. Sin embargo, reconocidos expertos como Bjorn Lomborg dudan que los beneficios de este objetivo justifiquen el costo que implica reducir las emisiones de carbono necesarias para alcanzarlo. Tampoco es claro que los pronósticos más fatalistas se concreten. Factores como avances tecnológicos y cambios de hábitos pueden alterar para bien la ecuación. Estrategias de adaptación pueden contribuir a disminuir el daño futuro.  

No estoy sugiriendo que no se haga nada para combatir el cambio climático —definitivamente se tienen que tomar acciones concretas para prevenir una catástrofe— solo que hay que tomar en cuenta la situación y las posibilidades de cada país (y de cada persona). Aun en Glasgow, pese a la retórica de grandes compromisos y buenos deseos, la realidad se entromete: las medidas más efectivas no se toman en cuenta por cuestiones económicas y/o políticas. 

Existe casi un consenso entre economistas de que la respuesta más apropiada al calentamiento global es aumentar de manera significativa los impuestos a la gasolina y otras energías sucias. El objetivo es doble: desincentivar su uso y recaudar fondos para impulsar las limpias.  

Algunos países lo han intentado. Francia lo hizo hace algunos años y el resultado fue el surgimiento del movimiento de los Chalecos Amarillos, el cual casi tumba al gobierno. El presidente tuvo que dar marcha atrás y no tienen planes de reintroducir un gravamen en el futuro cercano.  

Así somos los consumidores, no solo en Francia, sino en el mundo. Queremos que se haga algo sobre el calentamiento global (y que se haga ya), pero no estamos dispuestos a que suban los precios de los combustibles contaminantes. En EU, ningún político, por más verde que se venda en público, se atreve a meter impuestos para afectar el comportamiento de los consumidores. En México la gasolina se subsidia. Un reciente estudio señala que las economías más importantes han destinado 3.3 mdd desde 2015 subsidiando la producción y el consumo de combustibles fósiles. Esto dice mucho de la brecha entre las promesas y la realidad de la lucha contra el cambio climático. 

*Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio el 11 de noviembre de 2021.

2021-11-11T12:55:07-06:00