Foto: Mal Salvaje
La 4T contra la meritocracia
Julio Serrano*
En una declaración que tuve que leer dos veces para creerla, el director de Materiales Educativos de la SEP criticó el sistema actual por “meritocrático”. Eso es justo a lo que debe aspirar cualquier sistema educativo y, para el caso, cualquier sistema laboral. Que el gobierno busque intencional y abiertamente eliminar la meritocracia en la educación nacional me parece una barbaridad.
Estar contra el mérito es estar contra la movilidad social. Gracias al mérito millones de mexicanos han logrado superar su condición de origen. Esta movilidad social, a su vez, ha contribuido al desarrollo económico y social del país. Crear un sistema educativo que desincentiva el mérito es condenar a las siguientes generaciones a seguir estancadas. No es la primera vez que el gobierno atenta contra la superación individual. En repetidas ocasiones, el propio Presidente ha criticado la actitud “aspiracionista” de la clase media, a la cual ha tachado de egoísta.
La 4T parece preferir un esquema asistencial a uno que genere oportunidades y fomente la movilidad social. López Obrador se ha encargado de incrementar los apoyos a la población más vulnerable. No está mal. Era necesario hacerlo en la mayoría de los casos. El problema es que estas iniciativas tienen que venir acompañadas por herramientas para que los mexicanos seamos más productivos y, en consecuencia, seamos capaces de generar la riqueza necesaria para financiar la creciente asistencia social. Sin una cultura meritocrática será imposible lograrlo.
¿Qué mejor manera de inculcar el mérito que a través de un sistema educativo moderno, que forme mexicanos capaces de competir en un mundo globalizado y tecnificado, y que promueva la movilidad social?
El gobierno de López Obrador parece ir en sentido contrario. Primero revirtió la reforma educativa de Peña, la cual, con todo y sus defectos, era un paso en la dirección correcta. No ha implementado un programa para atacar el rezago educativo causado por la pandemia, el cual instituciones como el CEEY (en la que colaboro) estiman que puede alcanzar hasta tres años en ciertos casos. En lugar de enfocar su energía a la indispensable tarea de poner al corriente a los alumnos rezagados, el gobierno está impulsando una transformación del modelo educativo actual por el gran pecado de promover la meritocracia y considerar que sirve a las élites.
Su propuesta se basa en eliminar del centro de la educación al alumno para privilegiar a la “comunidad”. El conocimiento científico perderá relevancia para dar paso a las creencias, tradiciones y rituales. Las evaluaciones estandarizadas que permiten medir a nuestros jóvenes respecto a los de otros países desaparecerán por considerar que “segregan a la sociedad”. Los alumnos se prepararán para “compartir” y no para “competir”.
Estas ideas pueden sonar románticas, pero no son compatibles con el mundo meritocrático en el que competirán nuestros hijos y el país.
*Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio el 5 de mayo de 2022.