La inflación, el túnel y las llantas
Rodolfo de la Torre*
Gran parte de la preocupación sobre la inflación actual se asemeja al caso del vehículo atorado en un túnel cuya altura no le permite pasar por él ni salir en reversa.
Mientras una mayoría quiere ensayar soluciones drásticas, que casi significan desarmarlo, hay quien sugiere la simple acción de desinflarle las llantas para librar el obstáculo. Así, hay acciones que, sin atacar el aumento en los precios, permitirían pasar con menos apuros sus efectos.
La inflación ciertamente es preocupante. En la primera quincena de abril, el incremento anual en los precios al consumidor alcanzó 7.72%, con un aumento en la canasta alimentaria urbana, calculada por el CONEVAL para medir la pobreza, de 13.4% anual al mes de marzo. Las alzas anuales en ciertos productos son particularmente severas; por ejemplo, aceite 37.5%, tortilla, 17.3% y pan 13.5%.
Las causas de la inflación son múltiples. En el entorno internacional, una política monetaria laxa, acompañada de grandes estímulos fiscales para procurar crecimiento, ha impulsado una considerable demanda de bienes y servicios. Junto con ello, la desarticulación de las redes de abastecimiento debido a la pandemia, y la invasión rusa de Ucrania, han reducido la oferta de mercancías, en particular de productos agrícolas y petróleo.
En México, ha habido una política monetaria moderada, ausencia de estímulos fiscales y una disrupción severa de la actividad productiva, aunque la agricultura ha tenido un desempeño mejor al de otros sectores. Esto significa que buena parte de la inflación tiene un componente externo, principalmente en los alimentos y la gasolina.
Ante este panorama, el Banco de México mantiene una política monetaria restrictiva, y el gobierno federal se inclina por estimular la oferta de bienes y servicios, particularmente agrícolas, y tiene la tentación de administrar precios con mecanismos similares a los pactos económicos de los de los años ochenta del siglo pasado.
Comprensiblemente, una política monetaria restrictiva puede ayudar a que la inflación no sea mayor, pero casi nada puede hacer para incrementar la oferta de bienes y servicios. Por su parte, los estímulos y llamados a generar una mayor producción de alimentos, en caso de tener algún éxito, surtirían efecto en el largo plazo. En cambio, los controles de precios tendrían un efecto inmediato, aunque contraproducente, agregando a la inflación el desabasto de productos que, por momentos, acompañó a los pactos económicos del pasado.
Lo anterior no significa que hay que descartar todo tipo de medidas “heterodoxas”. Por ejemplo, la eliminación de aranceles a la importación de alimentos tendría sentido, aunque con un impacto limitado dado que muchos son de por sí bajos o se han eliminado en los tratados comerciales. También ayudaría combatir el poder de manipulación de precios que puede presentarse en algunos sectores, pero sin confundirlo con la causa del fenómeno inflacionario
Por otra parte, ya hay un proceso de administración de precios en curso, que absorberá en 2022 alrededor de 400 mil millones de pesos en subsidios a la gasolina, pero extender ese control al sector privado ignoraría que, a diferencia del pasado, hoy la economía mexicana es abierta, menos concentrada y más competitiva, lo que daría al traste con los intentos dirigir los precios a cierta meta.
Seguir una estrategia semejante a los antiguos pactos económicos, con sus controles y disciplinas corporativistas, sería equivalente a querer rebanar la parte superior de un vehículo atorado en un túnel. En cambio, otorgar apoyos monetarios extraordinarios a la población de menores ingreso sería como desinflarle las llantas, algo que no cambia las dimensiones fundamentales del problema, pero que permite transitar con daños menores a un espacio donde pueden surtir efecto otras medidas.
El subsidio a la gasolina alcanzaría para dar un apoyo extraordinario para alimentos de casi 500 pesos por persona al mes a toda la población en México, desde mayo hasta octubre de 2022. Por supuesto, este monto sería mayor de concentrarse en los más pobres o de recurrir a financiamiento adicional proveniente de otras fuentes.
Esta estrategia ya fue ensayada en México en 2008 y 2009, en un entorno de recesión económica, fuertes aumentos en los precios de los alimentos y pandemia. Su éxito fue limitado, pero en su momento ayudó a moderar la elevación de la pobreza. Hoy puede intentarse otra vez si al asignar el presupuesto existente se da prioridad a alimentar a las personas en vez de llenarle el tanque a los automóviles con gasolina artificialmente barata.
*Director en Desarrollo Social con Equidad del CEEY. Columna publicada originalmente en Arena Pública el 4 de mayo de 2022.