Foto: CELAG

¿Prefiere AMLO a los especuladores que a los pobres?

Julio Serrano*

Se ha criticado mucho a AMLO por ahuyentar la inversión productiva. Con razón. Acciones como la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica y las cancelaciones del Aeropuerto de Texcoco y de la planta de Constellation Brands en Mexicali han generado nerviosismo y una caída significativa en el apetito de los inversionistas de comprometer dinero en México por un tiempo prolongado. 

Quienes no parecen estar asustados son los inversionistas de corto plazo, dentro de los que se encuentran los especuladores. A ello no les importa tanto que el marco jurídico se esté violentando. Lo que buscan es que las tasas de interés sean atractivas, que el tipo de cambio sea estable y que el gobierno pueda hacer frente a sus compromisos de deuda. Saben que si las cosas se complican, siempre pueden apretar un botón y sacar su dinero de un día para otro.  

En este sentido, la política macroeconómica del Presidente les ha caído como anillo al dedo. La obsesión del gobierno por mantener la disciplina fiscal y no endeudar al país ha mitigado el riesgo de que incumpla con sus obligaciones financieras. A otros que les gusta esta política son a las calificadoras, cuyo interés se centra en la capacidad de pago del gobierno. Resulta un tanto paradójico que López Obrador critique a las calificadoras —incluso que su partido esté buscando regularlas más— mientras que sus medidas de austeridad sirven para apaciguarlas.  

Es verdad que la disciplina del gobierno no solo favorece a los especuladores y a las calificadoras. También se beneficia el país en varios sentidos. Es muy probable que el peso estuviera más castigado y las tasas de interés más altas sin ella, lo que habría afectado a empresas y consumidores.  

Sin embargo, la política de austeridad también ha traído costos muy altos. México es de los países que menos ha estimulado su economía para enfrentar la pandemia: apenas 1% del PIB. Estados Unidos y Brasil, por ejemplo, han destinado más de 10 veces esa cifra. Por lo mismo, nuestra contracción económica el año pasado fue de las más grandes del mundo y el rebote de este año se vislumbra como de los menos vigorosos. El costo social también ha sido enorme. Millones de personas perdieron su empleo y la pobreza creció de manera considerable (en Brasil se redujo). Mucho sufrimiento se habría evitado con un gasto público mayor. Eso sí, se mantuvieron las finanzas sanas. Nuestro déficit fiscal fue de los más bajos en 2020 y se estima que este año suceda lo mismo.  

Evidentemente, la estrategia de frugalidad no está dirigida a los especuladores, sino que responde a la fobia del Presidente al exceso de gasto público. Los despilfarros de gobiernos anteriores y su propia filosofía personal de vida lo han empujado a asumir esta postura. En situaciones normales no es mala política. El problema es que en ocasiones extraordinarias como la pandemia no es la adecuada. Como salieron las cosas, los especuladores y las calificadoras quedaron mejor paradas que los pobres. 

*Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio el 18 de marzo de 2021.

2021-03-18T13:50:33-06:00