Reflexiones en voz alta
Carlos Eduardo Pérez Márquez
Participante en la XI Escuela de Verano sobre Movilidad Social
Resulta vacío realizar una reflexión sobre lo aprendido en cuanto a causas, consecuencias, soluciones y reproducciones de la desigualdad si no se piensa transmitir este conocimiento al México «de a pie». De nada sirve conocer sobre la teoría y resultados de un análisis cuantitativo si no se tiene la intención de transmitir este conocimiento a todas las personas que en más de una ocasión se han visto envueltas en una situación de discriminación en este país.
Basta recordar la complejidad a la que se enfrenta nuestro país día a día. Basta con pensar en el país tan diverso del que todos y todas somos parte. Basta tan sólo con pararse un día entre los dos Santa Fé, en la Ciudad de México, para saber que en este país hay cuestiones que están determinadas desde el momento de tu nacimiento y que, en gran medida, dependen de tu color de piel, sexo, género, ingreso, lengua, aspecto físico, etc.
La desigualdad está impregnada en las raíces de nuestra sociedad y rompe con cuestiones básicas y esenciales de nuestra vida cotidiana. Pensando en términos políticos, es la desigualdad la causante de que nuestro sistema político tenga tantas deficiencias. No es posible pensar en una democracia representativa cuando, en la práctica, los poderes fácticos de una pequeña élite logran apoderarse de puestos de toma de decisión y formulación de normativas en nuestro país. La democracia representativa, bajo estos términos, no funciona.
Pero el problema no se queda en nuestras instituciones. Nuestra ciudadanía reproduce de manera sistemática actitudes meritocráticas que legitiman la desigualdad. Frases como «el pobre es pobre porque quiere» o «es que yo le echo ganas porque no quiero ser pobre» resultan ser parte del imaginario colectivo de una gran proporción de la población de nuestro país. A partir de esa lógica, resulta por demás complicado establecer una agenda lo suficientemente sólida y concordante con las demandas de clase que deberían ser ejercidas.
La ideología meritocrática deja de lado cuestiones estructurales que determinan el resultado final en la vida de una persona, adjudicándole a la suerte, el esfuerzo y el trabajo el éxito o el fracaso de la misma. La tarea de legitimar la existencia de programas sociales por parte del gobierno se complica cuando los mismos ciudadanos no son conscientes de la necesidad que tienen de estos programas. En México, identificarse como una persona en situación de pobreza extrema resulta complicado. Claramente no es porque no exista esta condición, sino porque la población no identifica las características que la definen.
Por eso no vale la pena reflexionar en el vacío. La desigualdad no es un tema más en la agenda pública, sino debe ser el tema pilar que rija nuestra vida como ciudadanos. Debemos ser críticos ante nuestro entorno para identificar los espacios donde se reproduce, sin embargo, no podemos exigir que el otro haga lo propio si no compartimos lo aprendido y evaluado en este tipo de instituciones con ellas y ellos.
Es menester de la academia repensarse en torno a estos temas. Todos, desde los círculos de poder, hasta nuestro círculo más cercano, necesitamos evaluar nuestros comportamientos y ser críticos con la estructura y privilegios de los que gozamos y de los cuales partimos, teniendo en cuenta que debemos compartir lo aprendido para cambiar nuestras perspectivas y buscar siempre ser más iguales. No sólo en términos de oportunidades sino, en lo posible, en términos de resultados.