Qué bueno que sigan las evaluaciones PISA
Julio Serrano*
No sé si López Obrador cambió de opinión o si nunca consideró cancelarlas, pero las evaluaciones educativas internacionales PISA siguen en pie. De cualquier manera, son buenas noticias.
El Imco reveló hace unos días que el gobierno pensaba retirarse de PISA. La reacción fue feroz. Organización civiles y medios de comunicación criticaron la posible decisión. Al final, la presión parece haber funcionado. Resulta que las pruebas sí se realizarán, solo que con un año de retraso, en 2022. Me alegro. Haberlas abandonado habría sido un terrible error.
México ha participado en PISA desde sus inicios en 2000. Decenas de países son evaluados cada tres años (se anticipa que para la edición actual sumen cerca de noventa) y nunca ha habido un abandono. Hubiéramos sido los primeros. El daño a nuestra imagen a escala mundial habría sido significativo. Se hubiera mandado una señal de aislamiento, de querer esconder nuestros problemas.
Peor aún, nos habría dejado sin un valioso termómetro de la calidad de la educación en México relativa a la de otros países. Como sabemos, no se puede mejorar lo que no se puede medir. ¿Cómo diseñar políticas efectivas si no sabemos cómo vamos? Con su contrarreforma, López Obrador canceló las evaluaciones a los maestros e incluso eliminó al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. Quedan pocas maneras de saber si nuestros hijos están siendo bien educados y PISA es una de las más relevantes.
El Programa Internacional de Evaluación de Alumnos (PISA) mide el desempeño de estudiantes de 15 años en matemáticas, lectura y ciencia. Debido a que los criterios son similares en todos los países que se evalúan, los resultados sirven para comparar el nivel académico de jóvenes de todo el mundo. Saber qué tan bien preparadas están las nuevas generaciones respecto a las de otros países nos ayuda a medir nuestro potencial competitivo futuro.
PISA también es un valioso instrumento para medir cómo ha cambiado la calidad de la educación nacional a través del tiempo gracias a que se aplica de manera constante desde hace dos décadas. Los resultados no son alentadores. Los avances han sido mínimos.
Saber dónde estamos parados en relación con otros países y nuestra evolución es precisamente la razón por la que necesitamos mantener PISA y, por fortuna, López Obrador estuvo de acuerdo. No debió ser fácil. Por lo general, al Presidente no le gustan los datos independientes negativos, y menos si provienen de agencias internacionales como la OCDE, quien se encarga de organizar la prueba. Por eso hay que aplaudir la decisión.
Las perspectivas para la evaluación de 2022 no son positivas. Tras abandonar la reforma educativa y después de más de un año de clases remotas por culpa de la pandemia, se anticipa que nuestro desempeño será muy deficiente. Aun así, es mejor estar conscientes de nuestra situación que ponerle un velo a la realidad.
*Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio el 6 de mayo de 2021 en Milenio.