¿Atrapados?

Roberto Vélez Grajales

Las percepciones moldean las expectativas y aspiraciones, las cuales influyen en nuestras decisiones de inversión y esfuerzo. También pesan en los asuntos públicos como, por ejemplo, en el sentido del voto en una elección o en el grado de aprobación que le otorgamos al presidente. Las percepciones generan demandas sociales que, dependiendo de su intensidad, pueden convertirse en prioridades de acción gubernamental. En lo que toca a la desigualdad de oportunidad, en México no se percibe tan alta como los datos lo muestran y, por ende, no existe un consenso social para buscar reducirla o sobre cómo hacerlo. De ahí que, en buena medida, no contemos con rutas suficientes para la movilidad social ascendente.

La igualdad de resultados (ingresos), la igualdad de oportunidad y la movilidad social guardan una relación muy cercana. La primera se compone de una desigualdad “justa”, derivada de las diferencias de esfuerzo entre las personas, y de una “injusta”, la desigualdad de oportunidad, que se debe a circunstancias fuera de su control. Si las circunstancias pesan mucho, el esfuerzo no reditúa y, por ende, el espacio de movilidad social se reduce.

En México una menor proporción de la población cree que la alta desigualdad de ingresos se debe a una alta desigualdad de oportunidad. En el informe más reciente sobre desarrollo humano para América Latina y El Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se reporta que una mayoría de la población mexicana, 61 por ciento, no cree que haya igualdad de oportunidad. Sin embargo, este porcentaje es sensiblemente menor al de otros países como Brasil (79 por ciento) y Chile (75 por ciento) que, junto con nuestro país, son los que presentan en la región una mayor concentración del ingreso en la parte alta de la escalera social. En cuanto a la percepción de injusticia sobre la distribución del ingreso, México vuelve a quedarse por debajo con un 77 por ciento, en comparación con un 86 y 95 por ciento en el caso brasileño y chileno, respectivamente.

Lo anterior se traduce en una ausencia de consenso social para reducir la desigualdad de oportunidad. En un trabajo publicado con colegas del Centro de Estudios Espinosa Yglesias y El Colegio de México en la revista World Development, se muestra que la población mexicana percibe correctamente la baja movilidad social en los extremos de la escalera social y la alta desigualdad de ingreso. También encontramos que hay un deseo de mayor movilidad social y menor desigualdad de ingreso. Sin embargo, dada la estructura vigente, la población no está dispuesta a pagar las tasas impositivas necesarias para lograrlo. Si bien en este caso la falta de consenso no necesariamente tiene que ver con una menor percepción de desigualdad de oportunidades, el deseo de una menor desigualdad de ingresos sí apunta a una percepción de injusticia en su composición. Sin embargo, la baja predisposición de la mayoría hacia una estructura de impuestos distinta sugiere la existencia de otras percepciones, entre los que asoma como candidata natural la falta de capacidad del Estado.

Las percepciones se construyen sobre lo que sabemos y lo que creemos. Pueden estar equivocadas, pero moldean las demandas sociales. La percepción sobre el tamaño de la desigualdad de oportunidad en México se queda corta con relación a su magnitud real y, por ende, no existe un consenso sobre la necesidad de reducirla ni sobre cómo hacerlo a través de la acción pública. Además, si esto se da en el contexto de una percepción de un Estado inefectivo, el discurso del esfuerzo como el único componente necesario para la movilidad social, aunque sea insuficiente, se mantendrá vigente.

*Director Ejecutivo del CEEY. Twitter: @robertovelezg. Columna publicada originalmente en Reforma el 25 de febrero de 2022. 

2022-02-25T17:24:02-06:00