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Cómo quiere AMLO que lo evaluemos
* Julio Serrano
Para evaluar a alguien, es fundamental establecer criterios de desempeño. Así lo hizo López Obrador con los presidentes anteriores. Los reprobó, entre otras cosas, por sus legados en pobreza, falta de crecimiento y corrupción. Ahora a quien le toca ser juzgado es a él y las métricas que está proponiendo son muy distintas.
Es entendible. Bajo los criterios tradicionales, el desempeño de López Obrador a la fecha ha dejado mucho que desear. Es cierto que buena parte de los problemas que enfrentamos son producto de fuerzas fuera de su control. El coronavirus ha devastado las economías de todo el mundo; sin embargo, las cosas comenzaron a deteriorarse desde antes de la pandemia y todo indica que su impacto será mucho mayor al necesario.
Comencemos por la pobreza, una de las mayores preocupaciones del Presidente. Su interés en reducirla es genuino. No obstante, todo indica que la crisis que enfrentamos —y la falta de medidas del gobierno para amortiguarla— sumirá en la pobreza a millones de mexicanos. El CEEY, institución con la que colaboro, estima que 21 millones pueden caer en la pobreza. Los datos de desocupación tampoco son alentadores. Tan solo en abril, 12.5 millones de mexicanos dejaron de trabajar, ya sea porque perdieron su trabajo, cerraron su negocio o pararon su actividad productiva. Por su parte, la inseguridad ha aumentado, siendo marzo el mes más violento desde que se tiene registro. Incluso en lo que respecta al combate a la corrupción, uno de los estandartes del Presidente, también ha habido retrocesos. Según el Inegi, el año pasado creció el número de víctimas de corrupción en dependencias gubernamentales.
Del lado del crecimiento, López Obrador criticó justificadamente en campaña el pobre desempeño de la economía en las últimas décadas. Con un promedio anual de 2%, apenas y cubría el crecimiento demográfico. Pues ahora el panorama es más sombrío. En 2019, el PIB se contrajo ligeramente y este año los pronósticos apuntan a un desplome de hasta 10%. De acercarse a esa cifra, estaremos hablando del peor registro desde 1932. Y lo más preocupante es que el repunte en 2021 no parece que vaya a ser muy vigoroso. Algunos economistas estiman apenas un 2% de crecimiento. Podemos estar hablando de un sexenio perdido.
Quizá anticipando esta situación, el Presidente ha criticado al PIB como la medida estándar de bienestar y ha propuesto otros criterios para ser evaluado. Coincido en que el PIB no debe ser el único indicador relevante, pero restarle importancia es un error. Sin crecimiento económico es difícil combatir la pobreza, impulsar la movilidad social y reducir la desigualdad.
Algunos de los criterios que ha mencionado son la justicia, la honestidad, la democracia y la felicidad. Válidos, sin duda, pero muy subjetivos. Su alta popularidad parece indicar que hasta ahora no importa y que la mayoría de la gente está dispuesta a utilizarlos y descartar las métricas tradicionales. Veremos si así se mantiene.
* Integrante del Consejo Directivo del CEEY
Columna publicada originalmente en Milenio Diario