De mazapanes e inclusión financiera. Algunos apuntes para re-pensar el ambulantaje y su importancia en las cadenas de producción
Jesús Jaaziel Santana Carmona
Participante en la XII Escuela de Verano sobre Movilidad Social
Un tema importante en materia de desigualdad y movilidad social —y que con cierta frecuencia se pasa por alto— es la inclusión financiera; el Banco Mundial (2018) la define cómo: «tener acceso a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades». O, en términos más llanos, acceso a préstamos, crédito, cajas de ahorro, seguros, fondos de inversión, pensiones, entre otros.
Cuando se usan de manera apropiada, los mecanismos financieros como el crédito o los préstamos pueden ser útiles para adquirir un patrimonio o iniciar un negocio; lo que, por supuesto, se traduce positivamente en términos de movilidad social. Sobre todo en enclaves de pobreza, en los que las personas se ven sistemáticamente obligadas a usar casi todo su ingreso, o incluso más, para solventar los gastos mes a mes.
En México, donde el sector informal es inmenso, los índices de inclusión financiera son alarmantemente bajos. La Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2018 mostró que sólo el 68 % de adultos entre 18 y 70 años tenía al menos un producto financiero (INEGI 2018), lo que refiere a la tenencia de una cuenta (sea de nómina, crédito, afore, etc.) en un banco o institución financiera.
Usualmente, el motivo de que muchas personas no tengan acceso a servicios financieros se debe a la falta de educación financiera, trabajar en el sector informal y/o no tener activos propios como colateral (INEGI 2018). Por ello, las personas suelen recurrir a otro tipo de prácticas como las tandas, el empeño, el fiado, etcétera. Y cuando logran acceder a un crédito o un préstamo, estos suelen tener altas tasas de interés. Lo que puede ser contraproducente en términos de movilidad social.
A manera de ilustración, pensemos por ejemplo en la venta de mazapanes, esos ricos dulces de cacahuate. ¿Recuerdas la última vez que comiste uno? ¿Recuerdas dónde lo compraste? Lo más probable es que lo hayas adquirido de algún vendedor ambulante en la calle, tal vez en una esquina concurrida, en el camión, o quizás a un niño en un crucero. Investigaciones previas demuestran que la mayoría de personas en este giro —de comercio ambulante— son mujeres y niños indígenas que emigraron a la ciudad y no encontraron cabida dentro del mercado laboral formal que producía la industria (Aguirre 2017; Bastos y Camus 1998). Ante la ausencia de empleos formales, los migrantes indígenas se ven orillados a insertarse en actividades de bajo prestigio ocupacional, estigmatizadas y claramente precarizadas.
Chatterjee (2016) denunció que la explotación se vuelve invisible con la informalización. Para ella, la desregulación del mercado lleva a que el proceso de producción se «fugue» de las fábricas y se mueva hacia el sector informal de la economía. Ahí, las personas económicamente activas son consideradas trabajadores independientes y no asalariados. ¿La diferencia? Ahora no gozan de un contrato laboral y, por tanto, no tienen acceso a los distintos servicios financieros que por ley se conceden a los asalariados.
La venta ambulante e informal de productos industriales tiene un papel importante en la distribución y comercialización de las mercancías, siendo así el último eslabón de la cadena de producción. Las y los vendedores ambulantes de mazapanes, al ser considerados trabajadores independientes, no reciben un salario, ni prestaciones, ni seguro social; por lo que su situación es mucho más precaria que la de los trabajadores formales.
La National Commission for Enterprises in the Unorganised Sector (NCEUS) de la India señala que muchos de estos trabajadores «independientes» son, a decir verdad, asalariados disimulados (disguised wage workers) (NCEUS 2007). Es decir, que aunque su empleo parece ser por cuenta propia y su lugar de trabajo está fuera de la fábrica, cumplen un papel esencial para las empresas.
Por supuesto, es más difícil vislumbrar la explotación en este proceso porque no hay, al menos directamente, un proceso de acumulación por parte del grupo corporativo, lo que inexorablemente escapa a los esquemas marxistas más ortodoxos. Pero, como indica Chatterjee (2016), en la medida que el trabajo sale de la fábrica y se informaliza, el capital aumenta en algún lugar para algún capitalista.
Si consideramos que la venta minorista en muy pequeña escala es la principal forma de distribución en las ciudades (Bastos y Camus, 1998), no cabe duda del papel central que las y los vendedores ambulantes tienen en la economía de la urbe. No obstante, no tienen acceso a productos financieros.
La pregunta que deberíamos plantearnos es: ¿qué tipo de políticas públicas se necesitan para garantizar una exitosa y duradera inclusión financiera de los grupos más vulnerables? ¿Es necesario atraer a estas personas a empleos dentro del sector formal para asegurar su inclusión financiera? Las preguntas están ahí, toca ver que se puede hacer.
Referencias
Aguirre González, M. (2017). Las niñas y los niños mixtecos de la colonia Ferrocarril: una aproximación a las condiciones de su vida en la ciudad. [TESIS DE MAESTRÍA]. UDG. Disponible en: https://hdl.handle.net/20.500.12104/82824
Banco Mundial (Abril 20, 2018). Inclusión financiera. Panorama General. Banco Mundial. https://www.bancomundial.org/es/topic/financialinclusion/overview
Bastos, S. y Camus, M. (1998). La exclusión y el desafío. Estudios sobre segregación étnica y empleo en Ciudad de Guatemala. Guatemala: FLACSO.
Chatterjee, I. (2016). Beyond the factory: Struggling with class and class struggle in the post-industrial context. Capital & Class 40(2) 263–281.
INEGI (2018). Encuesta Nacional de Inclusión Financiera. México: INEGI.
National Commission for Enterprises in the Unorganised Sector (2007). Report on Conditions of Work and Promotion of Livelihoods in the Unorganised Sector. New Delhi: Dolphin Printo Graphics.