Foto: adolescenciayjuventud.org

Las cicatrices de la crisis en los jóvenes

* Julio Serrano

Miles de jóvenes se acaban de graduar de la universidad y sus perspectivas profesionales no podrían ser más complicadas. Sus posibilidades de encontrar un trabajo —y qué decir de uno bueno— se han deteriorado de manera significativa. El problema es que el daño no será sólo de corto plazo. La crisis del coronavirus dejará cicatrices difíciles de sanar. 

Al segmento de la población que más le ha pegado la crisis es a jóvenes de entre 20 y 29 años. El porcentaje que están desocupados y disponibles es más del doble del de las personas de entre 30 y 65 años. Aquellos que apenas se están incorporando al mercado laboral han visto sus oportunidades de trabajo evaporarse. Los puestos disponibles se han reducido y la competencia por obtenerlos ha aumentado. 

Empezar con el pie izquierdo nuestra vida profesional puede traer repercusiones que van más allá del golpe económico inmediato. No conseguir trabajo nos priva de contactos que pueden servir para nuestro desarrollo futuro y de conocimiento que puede ser valioso para subir la escalera corporativa. Además, implica postergar la entrada al mercado laboral, lo que a su vez retrasa nuestra capacidad de obtener mejores salarios. 

Aún en los casos en los que se logre conseguir un empleo, la situación es complicada. Las probabilidades de que ese trabajo sea sub-óptimo son mayores cuando las opciones son limitadas. En estos casos, las habilidades de los jóvenes son mayores —o distintas— de las que requiere el puesto, por lo que se desaprovechan. Un egresado en programación, por ejemplo, acaba trabajando de mesero. El problema es que aún cuando mejore el mercado laboral y se amplíen las oportunidades de trabajo, a estas personas les será más difícil competir por puestos más afines a sus habilidades pues con el tiempo es factible que se atrofien por falta de uso o de actualización. 

Existen numerosos estudios que muestran las cicatrices que puede dejar en los jóvenes entrar al mercado laboral en una crisis. Años más tarde reportan menores ingresos y mayor riesgo de desempleo que aquellos que tuvieron la suerte de empezar su carrera laboral en mejores condiciones. Y el daño no es sólo económico. Existe un costo psicológico en pérdida de confianza en sí mismos y desánimo. Su actitud se vuelve más conservadora y dejan de asumir riesgos que podrían traducirse en mejores condiciones salariales (como estar dispuestos a cambiar de trabajo, por ejemplo). Un estudio incluso muestra que un difícil inicio profesional motivado por la falta de oportunidades que trae una severa crisis puede desembocar en menores índices de matrimonio y mayor mortalidad. La razón es que jóvenes frustrados pueden recurrir a comportamientos como el uso de drogas. 

Las secuelas del desempleo o subempleo de los jóvenes se agravan entre más profunda sea la crisis y más tiempo pasen en ella. Como están las cosas, la perspectiva de no generar cicatrices de largo plazo son poco alentadoras. 

* Consejo Directivo del CEEY | [email protected] | Columna publicada originalmente en Milenio 17 junio 2020

2020-06-17T10:10:41-05:00