Foto: Gaceta Médica
Urge abrir las escuelas
Julio Serrano*
Pronto se cumplirá un año de que se cerraron las escuelas del país. El costo para alumnos y padres de familia ha sido enorme. Es hora de abrirlas de nuevo.
Resulta paradójico que restaurantes, gimnasios y otros comercios ya tengan permiso de abrir y las escuelas no. Habla de las prioridades del gobierno. Y no repruebo la decisión de tratar de reactivar la economía. Varias pequeñas y medianas empresas están cerca del punto de quiebre y no aguantan permanecer cerradas por mucho tiempo más. La gente tiene que salir a trabajar para darle de comer a su familia.
Mi problema no es que abran los negocios, sino que no abran las escuelas. Si hay algo esencial es la educación. Millones de niños se están rezagando al no tener clases presenciales, con graves consecuencias académicas y emocionales de corto y largo plazo.
Los más afectados son los más pobres, quienes no tienen la posibilidad de aprender en línea. Cerca de la mitad de los hogares del país no tiene acceso a internet y seis de cada 10 carece de computadora. En estados como Chiapas, la situación es aún peor: 78% de las casas de la entidad no tiene conexión y 84% no cuenta con computadora. Aprender por televisión es una alternativa muy deficiente. El impacto de la educación a distancia será menor para los niños mejor acomodados, lo que provocará que la desigualdad educativa —y por consecuencia la económica— aumente.
El cierre de las escuelas no solo ha perjudicado a los niños. Padres de familia, en particular las madres, se han visto obligados a quedarse en casa para cuidarlos, privando a muchos de salir a trabajar. El daño también ha sido psicológico. Los niños necesitan convivir con sus compañeros de clase para desarrollar habilidades sociales y mantener su salud mental. A raíz del confinamiento, la ansiedad y la depresión han aumentado.
Entiendo la preocupación de los padres de familia y de los maestros de reabrir las escuelas, pero al igual que hay riesgos de tener clases presenciales, también los hay al quedarse en casa. Hay que pesar los costos y beneficios de las dos opciones. En mi opinión, está claro de qué lado se inclina la balanza. Además es importante dimensionar el riesgo del coronavirus en las aulas. Los niños son mucho menos propensos a enfermarse y, al parecer, menos susceptibles a transmitir el virus. Estudios han mostrado que las escuelas no parecen ser focos de contagio.
Obviamente las aperturas tienen que estar bien planeadas y acompañadas de protocolos para proteger a niños, maestros y personal de apoyo. Se deben usar tapabocas, respetar el distanciamiento y evitar aglomeraciones, entre otras cosas. Se pueden explorar esquemas en los que la asistencia puede ser optativa, dejando que los padres de familia tomen la decisión final.
Pero es hora de actuar. Abrir las escuelas debe tratarse como nada menos que una emergencia nacional. Nunca se van a eliminar por completo todos los riesgos, pero los beneficios más que los compensan.
* Integrante del Consejo Directivo del CEEY. Correo: [email protected]. Columna publicada originalmente en Milenio el 18 de febrero de 2021.