Percepción sobre la movilidad social en México
La decisión de las personas de invertir su tiempo, esfuerzo o recursos en el desarrollo de capital humano e impulsar la movilidad social en México, depende en buena medida del resultado que esperan recibir de dicha inversión, de la relación costo-beneficio del esfuerzo que realizarán.
Las personas calculamos esa expectativa, de manera informal, basándonos en la información que tenemos disponible a través de las circunstancias que observamos en nuestro entorno, en particular dentro de un margen al que el economista Debraj Ray llama la ‘ventana de aspiraciones”. En esta ‘ventana’ se encuentran aquellas personas relativamente similares a nosotros que pueden representar ejemplos de metas alcanzables en distintas dimensiones.
Percepciones, aspiraciones y toma de decisiones
La percepción de la gente acerca de su propia situación socioeconómica en comparación al resto de la población, y de la variación en su estatus actual con respecto al de su hogar de origen –movilidad intergeneracional– tiene un efecto tangible en sus aspiraciones. Dicho de otra manera, la interpretación de la información disponible afecta, junto con otros elementos, a la generación de expectativas y anhelos de las personas.
En términos de movilidad social intergeneracional, diversas encuestas indican que la mayoría de la población observa una mejoría en las condiciones, una movilidad ascendente. Esto significa que tienen una percepción positiva de la movilidad en el país, influyendo en sus aspiraciones al ver que ascender en la escala socioeconómica es una meta alcanzable y ampliando así el rango de sus ambiciones. Por otro lado, una menor proporción de la población indica tener una percepción negativa, lo que puede dar pie a una especie de fatalismo, a la idea de que no vale la pena esforzarse por conseguir algo que a sus ojos es inalcanzable.
Esto nos lleva al concepto de la brecha aspiracional: la separación entre la situación actual y la situación anhelada (en el entendido de que es la situación actual percibida la que entra en la ecuación). La magnitud de esta brecha varía en función de la estructura socioeconómica de la población, ya que, por ejemplo, en una sociedad polarizada en la que la mayoría de los habitantes se encuentran en los extremos de la pirámide socioeconómica, los elementos de la ventana de aspiraciones que podrían representar metas alcanzables se encuentran fuera de ella y la separación entre lo percibido y lo anhelado es demasiado grande. Una brecha así significa para las personas que la relación costo-beneficio no sería redituable y por lo tanto no valdría la pena invertir en la educación de sus hijos.
De igual manera, si las circunstancias percibidas hacen que las aspiraciones de las personas permanezcan muy cercanas a su situación actual, tampoco tendría caso realizar una inversión. Para las personas en los estratos más bajos de la escala socioeconómica esto puede representar una trampa de pobreza y un círculo vicioso de estancamiento.
Podemos ver entonces que la toma de decisiones se ve afectada no solo por las condiciones reales de las personas sino por su percepción de estas, lo que puede estar influenciado por diferentes factores como su escolaridad, personalidad, edad, calidad de la información recibida, influencia de su círculo social, etc. Esto está siendo estudiado cada vez más a fondo, principalmente en el campo de la economía conductual, que nos ha permitido ver con mayor claridad la interacción entre nuestras decisiones económicas y la percepción de nuestro entorno, y a la vez la necesidad de establecer mecanismos que den acceso a las oportunidades de desarrollo social y económico de la población.